lunes, 26 de diciembre de 2011

En San Juan (César Blanco Castro)




No medía más de medio metro y no podré quitármele jamás de la cabeza. Todo sucedió la noche de San Juan de hace dos años. No sé por qué me dio por ir a buscar un trébol para que me trajese suerte. Salí de trabajar a eso de las tres y me dirigí a Asturias sin siquiera pasar por casa. A las seis y media más o menos sonó el móvil, paré el coche en la cuneta y lo cogí, era mi madre que me decía que dónde me había metido. La conté que estaba en Asturias. Ella me dijo que si estaba loco, que como me había ido, y más así sin comer. Y justo en ese momento me vino el hambre, mucha, demasiada quizá. Acabé de hablar con ella y arranqué el coche con intención de parar en la primera gasolinera o en el primer pueblo que encontrara para comer. A los diez minutos encontré las dos cosas, una gasolinera a la entrada de un pueblo.
Me sentí raro, siempre que iba… venía a Asturias el cielo estaba cubierto y hacía fresquillo. Pero ese día no, ese día hacía demasiado calor, parecía que no había salido aún de Castilla-León, mucho calor. Al salir del coche miré hacia el pueblo, no se veía ningún movimiento en el pero no le di importancia, supuse que estarían en la playa, leí el nombre del pueblo: Soto de Lidia. Miré de reojo por la gasolinera, no había nadie. Eso sí me pareció extraño. Pero como lo que yo quería era comer y no echar gasolina me volví a meter en el coche, abrí las cuatro ventanillas, bajé el volumen de la música, salí despacio de la gasolinera y entré en el pueblo. El pueblo estaba... vacío. No había nadie. Al final de la calle principal estaba la playa. Aparqué el coche y me acerqué a mirar...
»¡Nadie!  
»Sentí un golpe en el hombro derecho, me di la vuelta completamente asustado y vi a un hombre de unos cuarenta años con la cara sonriente y que a simple vista parecía no tener muchas luces.
»—Qué... ¿no hay naide, eh? —dijo con una gran sonrisa en la cara.
»Tardé en reaccionar pero contesté poniendo la mejor sonrisa de mi repertorio.
»—Pues ya ve que no.
»—Es que están pal sotu —lo dijo tan deprisa que no le entendí.
»—¿Qué? —pregunté acercando el oído.
»—Qué están pal sotu —repitió algo enfadado señalando hacia la derecha—, nun ve que ye San Juan, tan pa la hoguera.
»—Ah, ¿y dónde está el soto?
»La pregunta pareció enfadar aún más al hombre que se giró, alzó los brazos y los comenzó a mover muy rápido y muy bruscamente mientras caminaba diciendo:
»—¡Todos los caminos conducen a Roma!
»Yo me quedé mirando el mar respirando ese aroma salado que venía de el y tanta sal, tanta sal, me azuzó el hambre. Así que me giré e intenté ver por dónde andaba el paisano. Cogí el coche y recorrí de nuevo la calle hasta llegar a la gasolinera sin encontrarle.
»En la puerta había un hombre de mediana edad con barba bien arreglada que me hizo un gesto con la mano para que me acercara. Paré el coche, bajé y me dirigí despacio a él.
»—¿Es usted el que paró aquí antes?
»Yo asentí con la cabeza y contesté que sí.
»—¿Que quería?, ¿qué le decía Pepiño?
»—Respondo por partes. Querría algo de comer y —le dije al llegar junto a él—… ¡Qué todos los caminos llevan a Roma!
»Sonreímos y él dijo:
»—Pues en el pueblo está todo cerrado, es San Juan y están todos en el soto —dirigió la mirada hacia la derecha—. Vaya ahí, hay chiringuitos y podrá comer bien y muy barato.
»Miré al pueblo extrañado.
»—¿No hay nadie en el pueblo?
»Él negó con la cabeza.
»—¿Y si os roban? pregunté sorprendido con una sonrisa en la boca.
»—¿Pero quién va a robar? —dijo muy rápidamente, abrió los brazos y movió la cabeza como reprendiéndome—... Si están todos en el Soto.
»Tenía tanta hambre que la respuesta me pareció la más lógica del mundo.
»—¡Venga vamos le acompaño! —Me agarró de los hombros, pero justo en ese momento aparecieron dos coches, me soltó y me dijo—. Siga por ese camino y en unos diez minutos habrá llegado al soto, es un sitio precioso.
»Y efectivamente a los diez minutos llegué al soto... y era un sitio precioso. Para llegar a el tuve que andar por un bosque muy espeso, el camino estaba bien marcado... El soto, como supongo que verá cuando llegue, es un sitio muy bonito. Hay una leyenda sobre el nombre al respecto que le contarán, yo ahora ni quiero ni puedo hacerlo.
»El soto es un prado junto a una playa rodeado por montes. A la entrada hay una fuente y dentro muchas mesas y bancos de madera. La playa estaba llena de gente, había tres chiringuitos, en el primero pedí comida para un regimiento. En aquella época yo era más fuerte que ahora, más bien gordo me atrevería a decir.
»Llegó la noche, ya había hecho varios amigos y estaba algo, bastante, borracho. Eran las doce menos diez y yo tenía que encontrar el dichoso trébol antes de la medianoche, así que me metí en el bosque.
»Eran las doce menos cinco y yo buscando el trébol. A y cincuenta y nueve me pareció ver uno y me agaché por él, más bien me tumbé en el suelo porque estaba muy borracho.
»Una vez en el suelo me pareció que no se estaba tan mal, así que decidí quedarme así. Miré el trébol, no era de cuatro hojas pero no me importó ya que en ese momento solo quería dormir. Cerré los ojos y dejé de escuchar ruidos durante un tiempo. Me sentí incomodo así que los volví a abrir.
»Me dio un vuelco el corazón... a unos tres metros de donde me encontraba había algo. Al principio pensé que era un perro o algún otro animal del bosque y me asusté pensando que me iba a atacar. Pero me asusté mucho más cuando observé que no era un animal, al menos no uno conocido...
»Me apoyé en el árbol mientras miraba fijamente aquella cosa... No medía más de medio metro, era de una tonalidad grisácea... con algo de verde... No sé, un gris averdado... muy raro. La cabeza era redonda, ni ovalada ni nada, redonda como un balón y algo pequeña, los ojos redondos también no tenían pestañas y no paraba de mirarme. Me controlaba.
»El miedo se convirtió en pánico. Y me fui levantando poco a poco apoyándome en el árbol, sin dejar de mirarle a los ojos... ojos que no podía dejar de mirar ni habiéndolo intentado.
»Me controlaba... Eso me controlaba. Al quedarme de pie Eso se quedó un poco asombrado. No se debía esperar que yo fuese tan alto. Casi me pareció verle asustado, pero esa sensación duró muy poco, unos segundos quizá.
»Eso avanzó dos pasos y pude verle más nítidamente ya que durante un buen rato le iluminó la luna... Pánico. Eso seguía mirándome, alzó un brazo. Era anormalmente grande, o eso me pareció a mí, sólo cuatro dedos alargados en las manos. Hizo un gesto con la mano como trazando un círculo y luego mas gestos pequeños, yo creo que estaba haciendo una especie de dibujo… de mí. No sé.
»Oí que se acercaba gente e intenté gritar pero no pude. No pude dejar de mirarle por si se movía y me atacaba. Era pánico lo que realmente sentía. Decidí dar un par de pasos hacia él. Retrocedió dos pasos. Me adentré, equivocadamente, más en el bosque. Le notaba detrás de mí, me daba la vuelta y ahí estaba a tres o cuatro metros escasos de mí, mirándome con esos ojos. Su expresión era la de un bebe poniendo pucheros, miraba fijamente con esos enormes ojos completamente negros. Con la textura de los ojos de los peces, pero negros del todo.  
»Caminé más deprisa, todo lo que en ese estado podía, pero siempre al girarme estaba él, a un par de metros escasos.
»Llevaba más de tres horas caminando cuando tropecé. Me incorporé rápidamente girando hacia atrás... ya no estaba, sonreí, pensé que me había librado de él. Pero al mirar hacia adelante ahí estaba... frente a mí, mirándome fijamente a unos milímetros escasos. La luna volvió a iluminarle y me fijé en su cara, completamente plana. No sobresalía nada... ni lo que supuse era la nariz, dos agujeros diminutos... ni los ojos, que tan juntos asustaban aún mas... ni los labios. Me resultó curioso porque no tenía boca... o al menos en ese momento no se la vi. Yo sudaba, él acercó más su cabeza a la mía y sin esperármelo me empujó con tal fuerza que me levantó unos metros del suelo. Lloré. El pánico es lo malo que tiene, que te hace llorar.
»Eso se acercó a mí y me empujó de nuevo, como diciendo que caminara. Yo no podía moverme y no podía parar de llorar. Eso volvió a golpearme y muchísimo más fuerte, no lo pude evitar y lloré más potentemente, y él volvió a golpearme. Empecé a caminar, avancé unos pasos y vi que Eso había vuelto a ponerse a una distancia de un par de metros de mí. Caminaba llorando, rezaba para que alguien pasase por ahí y me ayudase. Quería que llegase el día y encontrarme en el bosque rodeado de gente mirándome, señalándome y riéndose de mí al estar en el suelo tirado dormido. Rezaba para que estuviese viviendo una pesadilla, la peor de todas las que había tenido en mi vida. Me paré de nuevo para ver donde se encontraba, lo miré con odio, cerré los ojos unos instantes y al abrirlos me encontré con un palo que Eso había lanzado y que me dio en la cara haciéndome caer de culo. Me toqué la nariz, estaba sangrando. No lo pude evitar y volví a llorar, temblaba tanto por la fuerza del llanto como por el miedo que tenía. Los llantos me asfixiaban, la sangre al caer se mezclaba con las lágrimas y dejaban en mi boca un amargo sabor metálico.
»Eso se enfadó y comenzó a tirarme piedras, ramas y todo lo que encontraba a su mano, una piedra de gran tamaño acertó de pleno en mi nariz.
»Me levanté y seguí caminando, lo hacía sin ver porque tenía cegados los ojos por las lágrimas y la sangre. Me costaba respirar. Eso seguía detrás de mí, le sentía andar deprisa cada paso mío eran cuatro o cinco suyos.
»Me derrumbé, no podía caminar más, caí de rodillas. Me limpié los ojos como pude y miré hacia atrás. Eso permanecía quieto tenía un leve balanceo en el cuerpo. En un rápido movimiento se colocó frente a mí, me miró de arriba a abajo y sonrió.
»Fue el momento más aterrador de mi vida. Lo que yo creía que era la barbilla era, por así decirlo, su labio superior. La boca ocupaba todo el ancho de su cabeza y en ella decenas de dientes afilados, no como los de Drácula o los de los leones y tigres... eran puntiagudos... afilados, no sé cómo explicarlo. Del susto me levanté, esa sonrisa me heló la sangre.  Él saltó al mismo tiempo que yo me levantaba. Abrió la boca completamente, me giré y él quedó enganchado en mi cabeza.
»Por eso le dije que no me lo podía quitar de la cabeza desde ese día. Hace hoy un año. Y así estamos desde entonces espalda contra espalda. Desde aquel día vivo en el bosque. En lo alto de la montaña encontré esta cueva, bueno es más una lobera, en la que cabemos solamente él y yo.
»Salgo a cazar o a coger frutas de vez en cuando... vaya, disculpe... perdone que haya empezado a llorar... Pero es que desde entonces le tengo en mi cabeza y cada día que pasa me duele más. Me está tragando, como si fuese una boa, pero sus dientes desgarran mi cabeza y cada milímetro que avanza me desgarra...
»Perdone usted que llore. Pero es que no puedo más, llevo así un año y este dolor es insoportable. Desearía morir. He intentado suicidarme varias veces, pero no me deja...
»¡DIOS QUE DOLOR!
»Ve... Ve la sangre. Está avanzando. Ya ha llegado a las cejas, con suerte dentro de poco no veré nada, o me cubrirá la nariz y entonces moriré asfixiado...
»¡¡¡DIOS QUE DOLOOOOOR!!!
»¿Por qué tuve que salir a buscar aquel dichoso trébol aquella dichosa noche de San Juan?



Relato original que forma parte de Siete, si os ha gustado no dudéis en comprar el libro.




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