─Pues bien, señor de Haro ─respondió el corcovado de San Juan de Pie de Puerto─; mi hija se ha criado en tierras lejanas y en países extraños, y no profesa religión alguna conocida: juradme que no procuraréis ni directa ni indirectamente catequizarla, ni pronunciaréis delante de ella ningún nombre sagrado ni ningún juramento en el de la divinidad. Vuestro amor la irá poco a poco trayendo a vuestras costumbres y a vuestras creencias, si tal fuere su voluntad y estuviera de Dios que así aconteciese.