martes, 9 de abril de 2013

Si es que España es diferente (César Blanco Castro)



Me encontraba en el comedor. Ya estábamos en agosto, y como decía mi abuela: agosto, frío en el rostro. Aún así, aunque no hacía el calor de junio o julio, tenía la persiana a medio bajar y el ventilador a tope de potencia. Aquella mañana había sido horrorosa en el trabajo, ahí sí que hacía calor, y yo, tumbado en el sofá, estaba en ese extraño momento en el que estás a punto de dormirte y escuchas todo llamado duermevela.

Maite, mi santa esposa, llegó de la cocina dando gritos. Me asusté y durante unos segundos no me enteré de nada de lo que me decía. En su cara vi reflejados varios sentimientos, miedo, alegría, entusiasmo, preocupación y enfado al ver que no la estaba atendiendo como ella creía merecer en ese momento. Cogió el mando y me quitó el documental que estaba viendo… u oyendo.

─Mira, mira… Está ocurriendo algo fantástico, único. Estamos siendo testigos de la noticia más importante desde, desde… me decía mientras ponía su maravillosa sonrisa.


Apareció en la pantalla la pareja del telediario, ella con la cara desencajada del miedo y él con cara de mala leche, probablemente le habían hecho lo mismo que a mí.

─Aún hay más imágenes decía él. Los Ovnis se han posado encima de varias ciudades del mundo: Nueva York, Los Ángeles, Londres, París (Texas), París (Francia)...
─Les vamos a ofrecer unas imágenes que nos llegan en directo desde Ylivieska, Finlandia ─interrumpió ella.


En mi pantalla, nuestra pantalla, se pudo ver como decenas, quizá cientos de finlandeses gritaban alborozados, levantaban las manos, se abrazaban mientras pasaba por encima de ellos una nave enorme. Bostecé, me cubrí con mi mantita y me di la vuelta. Lo último que escuché de Maite fue: ¿Pero qué haces?

Cinco días después, el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen María, me encontraba nuevamente en el duermevela. Fuera, el cielo estaba cubierto, se escuchaban truenos cada poco y se veían relámpagos. Esas dos cosas asustaban a Inés, mi pequeña de cuatro años, e inquietaban a Alvar, mi hombretón de seis. Ella estaba dormida junto a mí, él veía una película de dibujos tirado en el suelo.

Abrí un ojo al escuchar gritar un par de veces mi nombre a Maite… 

Ah, por cierto, las naves aquellas destrozaron cuanto quisieron. Algo pasó, no sé si fue cosa de virus o de que el agua les mataba, y se fueron más rápido de lo que vinieron.

Mis hijos se asustaron ya que el primer grito coincidió con un relámpago y el segundo con un trueno.




—Mira, mira —dijo mientras cogía el mando. En su cara había una mezcla de distintas emociones: alegría, miedo, entusiasmo, preocupación—. Está ocurriendo algo fantástico, único. Estamos siendo testigos de la noticia más importante desde, desde... 

En la pantalla de mi, nuestra, mi… la televisión se veían imágenes captadas desde un helicóptero. Dos enormes monstruos luchaban en las orillas del lago Kasumiagura en Japón. La excitada voz de la comentarista contaba que no eran los únicos, que habían aparecido más monstruos de ese descomunal tamaño. En total unos treinta y durante tres o cuatro minutos vimos luchas entre ejércitos y monstruos o entre los mismos monstruos en lugares tan alejados como el lago Abráu de Rusia, el lago Lliki de Grecia y el lago Abitibi de Canadá.


—¿No negarás que esto es emocionantísimo? 
─No lo niego. 

Bostecé, me cubrí con mi mantita, mi hija se tumbó encima y lo último que escuché fue un «¡Qué gozada!» de Alvar.

El lunes siguiente a las fiestas de Valladolid estaba yo echando la siesta en el cuarto cuando entró la susodicha. En su cara había una mezcla de distintas emociones: preocupación, alegría, entusiasmo, miedo.


—Ya te lo decía yo, ya te lo decía yo. Tú no haces caso, pero ya te lo decía yo. 
─¿Qué pasa?
─¡El calentamiento global!
─¿Qué ha hecho ahora?
─Pues está congelando el planeta ─gritó Maite
─¿Qué?
─¡Mira, ven!

Ah, por cierto. Se consiguió acabar con más de la mitad de los monstruos. Al resto se les estaba llevando, desde las distintas zonas del mundo en que se encontraban, hasta el desierto de Atacama en Chile. Allí el calor y la aridez acabarían haciendo mella en ellos y los matarían... ¡Yuju! Pero no salió como tenían calculado, el motivo, seguid leyendo y lo sabréis. 

Bueno, a lo que iba. Me levanté y con los ojos medio cerrados entré en la cocina. En la televisión había un mapamundi y se veía al hombre del tiempo que contaba, en la cara le notaba yo que trataba de no reírse, como el calentamiento global estaba provocando un enfriamiento del planeta, y que en breve las tres cuartas partes de la Tierra estarían bajo la nieve. En el mapa muchos países se ponían de color blanco azulado, menos adivinad cuál.


─¡Ya decía yo! ─exclamé y volví al cuarto. 

Lo último que escuché fue un «¡Siempre igual!»

Sí, soy un poco rarito, lo sé. Y puede que penséis que lo soy más con lo que os voy a contar. Las tardes en las que no tengo ganas de hacer nada, ni dormir la siesta, ya sea esas de otoño e invierno en las que llueve o hace demasiado frío para salir de casa, o esas de verano en las que el calor hace que canten los grillos, me gusta escuchar la música del siglo XVI español, aunque bueno... Esa música viene bien para relajarse en cualquier época del año. Pongo un disco o un cedé con canciones de Luis Millán, Alonso Mudarra, Tomás Luis de Victoria, etc. Cierro los ojos, me relajo y me imagino escuchándola en aquella epoca en un día parecido.

Y eso estaba haciendo esa tarde cuando la tercera mujer a la que más quiero... No os asustéis, la primera es mi hija, la segunda la madre que me parió y la tercera ella, Maite, y ella lo sabe y siempre que se lo digo me contesta que ni se me ocurra bajarla un puesto. Y, vive Dios, que ni se me ocurre ya que, simplemente, la amo. Bueno, a lo que iba. Me encontraba escuchando la canción del emperador de Luis de Narváez cuando entró ella. Había abrigado a los niños de tal manera que no supe quien era quien hasta que les bajé la bufanda. 

─¡Ahora sí, ahora sí!

En su cara no había nada relacionado con la alegría. Se mezclaban en ella el miedo, la tristera, preocupación y el desánimo. 

─¿Qué te pasa? ─pregunté.
─Vamos a la calle, está todo el mundo fuera ─contestó.

Me asomé al balcón y, en efecto, la calle estaba llena de gente mirando hacia arriba. Los coches parados, con las puertas abiertas. Mucho miedo en la cara

─Id bajando. Me abrigo y voy. 

Al salir ellos encendí la televisión. Busqué el canal de noticias, aunque fue una tontería porque lo daban en todos los canales y averigüé qué era lo que pasaba. Contaba el presentador que habían aparecido unos asteroides del tipo C, creo, que por su alto contenido en no sé qué no refractaban la luz y solo se habían detectado cuando una de las nueve naves que dejaron abandonadas aquellos extraterrestres que trataron de invadirnos, y que nosotros aprendimos a usar en tan breve lapso de tiempo, chocó contra uno de ellos. Decía que eran tres de gran tamaño y cerca de seiscientos pequeños. Vaya parrafada acabo de soltar. 

Ah, por cierto. El enfriamiento del planeta causado por el calentamiento... Jajajaja, global ha causado mucho jaleo. Gran cantidad de gente está emigrando a las zonas a las que no llegó el calentamiento enfriador. El resto trata de habituarse, al fin y al cabo no vivimos en cavernas y dónde más dónde menos hay calefacción y pueden llegar alimentos y otras cosas. 

Continúo. Bajé a la calle, todo el mundo miraba al cielo. Por las radios de los coches escuchábamos dónde se encontraban los asteroides, las rutas que llevaban, dónde iban a caer. No niego que fue emocionante ver la estela del primero, el corazón me latió a mil. Me llevé una gran sorpresa al ver a mucha gente de esas que atacan la religión católica ponerse a rezar. No sé si pasaron cinco o diez minutos, no más, cuando escuchamos que según cálculos de científicos el meteorito iba a impactar en la costa de Alaska. Cogí la mano a los niños y me dirigí al portal. Maite me miró atónita. 

─¿Dónde vas? ─me preguntó.
─¿Vimos a los marcianos? ─pregunté. 
─¡No!
─¿A los monstruos?
─¡No!
─¿Aquellos tornados? 

Ella negó con la cabeza. 

─¿Nos llegó el calentamiento global?

Volvió a negar con la cabeza.

─Ves, ¡nada! Si es que España es diferente. Spain is diferent ─dije abriendo la puerta del portal. Ella meneó la cabeza dándome la razón, se acercó, me besó y subimos a casa

Lo de el primer asteroide fue espeluznante, pero se equivocaron en los cálculos y no cayó en Alaska, cayó donde habréis imaginado y el resto, los otros dos grandes y los de menor tamaño, pasaron entre la Tierra y la Luna. Unos cuantos de los pequeños fueron atraídos por nuestro planeta y bastantes más impactaron contra el satélite cambiando su aspecto de una manera sorprendente. Todo esto sucedió más o menos un par de años antes de que sí pasase algo en España...

Pero eso es otra historia.

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