sábado, 18 de mayo de 2013

La gana, expresión netamente española.




Siempre he pensado que los españoles tenemos un grave complejo de inferioridad. Para muchos todo lo de fuera es mejor.

Hay gente que protesta porque de vez en cuando suena la campana de la iglesia de su pueblo, pero al volver de un viaje a algún lugar en el que sucede lo mismo cada hora hablan maravillas de eso. Se menosprecia nuestro idioma, en algunas regiones de nuestro país (Galicia, Cataluña, Valencia, Baleares, comunidad autónoma vasca) se le persigue siendo como es el segundo idioma del mundo, se les llena la boca repitiendo el mito de que en otros países se habla el inglés tan bien como si hubiesen nacido en Londres.

A lo que iba, trasteando en cierta página de venta de libros de segunda mano encontré uno cuyo título llamó mi atención: El complejo de inferioridad del español de Juan José López Ibor. Lo compré, lo leí y puedo afirmar que es un título realmente engañoso. Habla de cualquier cosa menos del complejo, las causas, ejemplos, qué sé yo... Algo de Historia. Aunque he encontrado un texto que me ha llamado mucho la atención. Hay mucha paja, pero espero que os guste:

LA GANA     

La gana es un ingrediente destacado del estrato vital. Como es sabido, es una expresión netamente española, si bien hay que confesar que no ha encontrado demasiado eco en las interpretaciones que se han dado, hasta ahora, del alma española. Unamuno representa en esto, como en tantas otras cosas, una excepción. En La agonía del cristianismo establece netamente la diferencia entre la voluntad, palabra sin raíces vivas en la lengua corriente y popular, según dice, y la gana, que «es el deseo que sale de los órganos de la virilidad». Atribuye al término gana un origen germánico, y lo define como «deseo, humor, apetito. Hay ganas, en plural, de comer, de beber y de librarse de las sobras de la comida y la bebida. Hay ganas de trabajar y, sobre todo, ganas de no hacer nada».

Keyserling, en sus Meditaciones suramericanas ha dedicado la séptima de ella a la gana. La gana española no es igual que la gana suramericana. La primera está constituida por la «asociación elemental de una imagen de origen espiritual y un ciego impulso orgánico». La gana suramericana es un impulso totalmente ciego, «para el cual toda voluntad de previsión ha de ser necesariamente motivo de escándalo, pues equivale a una negación de la propia esencia». «Se halla localizada fuera de los dominios de la conciencia. Pero en su calidad de impulso ciego, ejerce una coerción a la que el hombre de aquellas latitudes no puede resistirse».

Tanto en uno como en otro autor, la gana representa, pues, como una especie de voluntad primordial. En el plano superior, es decir, en el plano espiritual y de las actividades del yo, existe el acto de voluntad establecido como una decisión pura. El acto voluntario emerge siempre dirigido a un fin determinado, entre loa varios que pueden proponérsele al hombre. La voluntad superior es la teleobulia (voluntad positiva firmemente encaminada al fin de la curación) de la que habla Kretschmer.

Por debajo de ella, existe la esfera de los apetitos, de los deseos y de la gana. Pero no basta, para calificar a esta, con decir que es una forma de voluntad primordial o abisal, como dice Keyserling. Todo el mundo de los instintos pertenece a esta capa abisal de la personalidad y, sin embargo, no deben éstos confundirse con la gana, a pesar de las extensas zonas de interferencia que existen. El instinto es siempre algo claramente delimitado y recortado. El acto instintivo está montado sobre dos arbotantes fijos, lo mismo que el acto voluntario. La diferencia estriba en que en la voluntad hay una clarividencia de la situación y una elección del fin, y, en cambio, el instinto se dirige a su satisfacción, sino ciego.

La gana es una sensación más vaga e indefinida que el instinto, como procedente del campo de la vitalidad. Cuando un sujeto dice que tiene hambre, la siente en su estómago como algo concreto, como un grito formulado que debe acallar. En sus formas más agudas llega a ser un grito doloroso. Por el contrario, cuando alguien dice que tiene «ganas de comer», expresa un deseo difuso de todos sus plasmas. La gana es un sentimiento plasmático, una fluxión de la vitalidad, y por eso tiene ese carácter difuso y atmosférico. Cuando se habla de «ganas de comer» o de «ganas de beber» todavía se expresa un estado limítrofe de los instintos: ocurre aquí como en el resto de la vitalidad, en la que instintos y sentimientos vitales yacen en estratos próximos. Pero existen otras formas más difusas de expresar la misma vivencia, como cuando se dice, por ejemplo, «ganas de trabajar o de moverse». Lo que se expresa, entonces, es «una apetencia general de la vitalidad», es decir, la traducción al lenguaje del sentimiento de la «actividad vital».

Este carácter plasmático y alejado del centro del yo que tiene la gana, queda reflejado en la expresión de «venir las ganas», con lo cual se destaca esta procedencia de un polo distinto, abisal y más profundo, del cual emerge la onda del deseo, a la que accede o no la voluntad. La voluntad en sí no puede provocar este deseo primordial establecido en la gana, sino simplemente consentir u oponerse a él. La voluntad opera frente a la gana como frente a los instintos: la palabra con sentimiento alude a ese aunamiento entre «gana» y «decisión voluntaria».

Es curioso señalar la frecuencia con que la gana toma un matiz negativo. En el lenguaje corriente se utiliza para dar una negativa rotunda, que no deje duda alguna sobre la actitud tomada. La razón es clara: cuando es el simple acto de voluntad el que niega, podrán aparecer otras razones o motivos que le induzcan a cambiar su decisión. El acto voluntario es siempre un acto libre. La negativa vital que expresa la gana es, en cambio, una negativa ciega y atada por una lógica más estrecha e irracional que la lógica de las determinaciones voluntarias. El «no me da la gana» equivale a «no me sale hacer tal cosa» y expresa esta forma irreductible de negativa plasmática, telúrica y casi vegetal.

Unamuno pone en relación la gana con la virilidad, prendido seguramente en esta imagen compacta de la negativa de la gana. Le parece una negativa más viril la de «no me da la gana» que la de simplemente «no quiero»; pero, naturalmente, la gana no tiene nada que ver, en sí, con la virilidad. Keyserling, por el contrario, considera la gana como un ingrediente más típico de la psicología femenina que de la masculina. La mujer primordial es una criatura casi exclusivamente determinada por la gana, dice. Keyserling se halla más próximo a la verdad que Unamuno en ese punto. La gana es una emanación de la vitalidad y esta representa, en el conjunto de la mujer, una zona más extensa de su personalidad que en el del hombre. En el hombre operan más las determinaciones del espíritu y también las del instinto; sobre todo de algunas formas de instinto. La mujer tiene en su espectro más colores procedentes de la capa del ánimo, o sea de la vitalidad. Por ello, en la mujer la acción toma casi siempre, no el carácter de la decisión, sino el de condescendencia. Aun en la acción más puramente femenina existe un rastro de pasividad, que consiste en este dejarse llevar por la fluencia interna de su gana. Arrastre que concede a la conducta femenina su carácter, tantas veces reprochado, irracional y caprichoso.

Para los psiquiatras tiene un gran valor la expresión «ganas de vivir». El depresivo no dice nunca que quiere morirse, sino que «no tiene ganas de vivir». Su amenaza procede, no de la voluntad, sino de su vitalidad trastornada. La voluntad, por el contrario, es la que resiste y busca muchas veces en los valores objetivos, sobre todo en las creencias religiosas, el madero en que salvarse en medio de la borrasca que le invade en forma de tristeza vital.

La gana se halla en la relación con los sentimientos de morosidad, vacío, aburrimiento, etc. Es, como ellos, una manifestación más del humor, y el lenguaje corriente lo reconoce hasta tal punto que toma como expresiones equivalentes las de «no tener humor de» o «no tener ganas de».

«La gana –dice Unamuno- no es una apetencia intelectual y puede acabar en desgana. Engendra, en vez de voluntad, la noluntad, de «nole», no querer, y la noluntad, hija de la desgana conduce a la nada.» He aquí cómo la gana se entronca con el término predilecto de la antropología existencial. Y es que no es lo mismo la «falta de ganas de vivir», que el deseo de morir. En la falta de ganas de vivir existe una negación del valor de la vida misma, pero no una preferencia directa de la muerte como bien positivo. La muerte tiene en estos casos sólo una función liberadora, la de los tormentos de una vitalidad morbosa. Por lo tanto, se desea en tanto en cuanto anula la vitalidad, es decir, la anonada o la convierte en nada.

La gana es una manifestación de la psicología española. Bastará para demostrarlo la existencia de esta expresión en el lenguaje español y no en los otros. Es curioso notar que Madariaga haya podido escribir unos capítulos, por lo demás sugestivos, sobre la psicología española, sin hablar para nada de la gana, demostrando con ello la limitación de sus puntos de vista. Pero sería un error creer que toda la vida española está determinada por esa forma primordial de voluntad. También interviene el espíritu. En cambio, en Suramérica, según Keyserling, la gana es la única forma de vida, ya que en ella ha desaparecido la tradición espiritual.

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