jueves, 8 de mayo de 2014

Alcanzaron la nave con dificultad (César Blanco Castro)


Alcanzaron la nave con dificultad. El carrerón que habían dado desde la iglesia de San Pablo hasta la playa les había dejado sin aliento. Estaban colorados, parecía que el corazón iba a salírseles del pecho, sus blancas, lustrosas y perfectas melenas se encontraban ahora despeinadas y a una de ellos le había salido un tic en la pierna izquierda.

La nave se elevó tras cerrarse la puerta. Tardó en coger la altura adecuada para salir de la atmósfera. Mientras se elevaba podían ver en una gran pantalla como un edificio sí y otro también de la ciudad de Valladolid saltaba por los aires o era presa del fuego.

Solo Siluó golpeó las paredes. Su segunda, Mila Arrica, salió de esa sala y fue a la de mandos para informar de lo sucedido. Darku y Mirioden, la del tic, permanecieron en el suelo, callados, mirando alternativamente la pantalla y a su superior.

─¡Esto es increíble!¡Increíble! ─gritó Solo Siluó y se dirigió a la sala de mandos.

Cerca de setenta satélites tiene Júpiter. Tres días después de la huida del planeta Tierra se encontraban en uno de ellos, el que los humanos llamaban Ananqué. Allí deberían pasar otros siete. Durante ese tiempo contarían uno a uno lo que había pasado y estarían en una especie de cuarentena, absurda para todos pero que debido a tontas directrices burocráticas nadie quería o se atrevía a eliminar. Y menos en estas circunstancias.

De allí pasarían a Io. En este satélite, el más cercano a Júpiter, cambiarían la nave a otra más potente y fuerte que les llevaría a la base en el planeta. Laangar, la base de Io, no estaba habitada.

La superficie de Júpiter es inhóspita y desagradable a la vista, pero su interior no. Durante más de tres mil años la raza márñaba había conseguido hacerla habitable. Era un paraíso. Lo más parecido a su planeta de origen y a la Tierra. Lagos unidos por largos canales, hermosos puentes de oro y marfil, viviendas de no más de tres alturas, árboles, prados, flores, era lo que se veía una vez pasado el Arco de Naim.

Seriedad se encontraron los tripulantes de la nave al aterrizar.

─No hay tiempo para saludos ─dijo Soocto Nai cogiendo del brazo a Solo Siluó─. Te esperan en el Legado.

Solo Siluó se detuvo y ordenó a su gente que marcharan a descansar a sus hogares.

El Legado era el edificio más antiguo de la base, y el más alto, diez alturas. Cuatro entradas, una a cada lado del mismo, eran protegidas por ocho enormes estatuas, de cinco alturas, que representaban a las virtudes de la raza. Los treinta y siete escalones que conducían a la puerta de entrada fueron subidos tan rápidamente que parecía que hubiesen volado para hacerlo. Dos soldados se acercaron para cachear, pero Soocto Nai les disuadió con un gesto de la mano.

─No hay tiempo para sandeces.

La Sala del Hacer era la más grande de El Legado. En ella los diecisiete más ancianos, los diecinueve más sabios y treinta y dos representantes voluntarios solían discutir de banalidades. Hoy observaban confundidos, tristes y aterrados las imágenes captadas por la nave y sus tripulantes.

─Oh, querido Solo Siluó ─dijo el más anciano sin dejar de mirar las pantallas─. Tristes noticias. Terribles noticias, nos has traído.

─Todo este tiempo. Todos estos años, siglos, milenios… Se han ido al traste ─sentenció otro.

Soocto Nai se adelantó al centro de la sala y exclamó:

─Cierto es que lo que teníamos planeado salió mal. Pero no es culpa de nuestro leal y bien amado Solo Siluó.

─No lo es ─gritó uno de ellos, juez de profesión─. Pero nos deja indefensos.

─Nadie sabe dónde estamos ─chilló alguien.

─Sí, lo saben ─interrumpió el más anciano─. Y de la misma manera que se hicieron con nuestro planeta… Que se están haciendo con la tierra. Acabarán haciéndose con Ñaán Risú, nuestro querido hogar actual.

Los gritos de sorpresa, las negaciones y los murmullos se sucedieron durante un buen rato. Fue Solo Siluó quien, tras llegar al centro de la sala y agradecer a su amigo su presencia, gritó:

─Quién…

Pocos le hicieron caso. Carraspeó y volvió a gritar:

─¿Quién de entre ustedes podría explicarme por qué el salvador de la galaxia está entre la raza humana, y no entre la márñaba o la ajtón?

─La profecía, Solo ─dijo el más anciano─, la profecía.

─La profecía, bien ─asintió Solo Siluó─. Los humanos son lo más parecido a nosotros que podamos encontrar en miles de estrellas. Dos pies, dos brazos, dos ojos. El corazón en el centro del pecho. Pero, ¿qué les hace ser honrados con el poder de salvar al universo?

Martoc Galú, genetista y juez (además de el segundo más anciano) se levantó, sonrió y guiñó un ojo a la concurrencia.

─Durante más de siete tecs, siete mil años humanos, hemos recorrido el espacio experimentando con todas las razas que hemos encontrado. Sabíamos que nuestros ancestros hace casi mil tecs estuvieron en ese planeta experimentando y que fue allí donde por primera vez alcanzaron la victoria gracias a los ancestros de los actuales. Sí, seremos iguales, pero hemos que reconocer que aunque iguales, nosotros somos más débiles.

Siluó aceptó la corta explicación y volvió a preguntar.

─¿Y por qué no aplicamos los cambios genéticos a más de una persona?

─La profecía ─volvió a responder el más anciano.

─¿Y por qué… ─trató de volver a preguntar Siluó.

─Y por qué ─interrumpió Sori Tanuel, la lideresa de los más sabios─, no nos cuenta lo que sucedió.

Solo Siluó agacho la cabeza y tras beber un vaso de agua comenzó a explicar.

─Como todos saben, hace más de diez años humanos se avistó una nave de los caarlum. Era una nave de reconocimiento, una de tantas de las que pasan cada cierto tiempo para ver la evolución de la Tierra y tratar de encontrarnos. Sabrán también que avistó tres naves nuestras: La Mañana, la Dívaran y la Antus tercero. Acabamos con esa nave rápidamente, pero no tanto como para evitar que informase de nuestra presencia.

»Nuestros sabios y ancianos enviaron a los ingenieros a la Tierra, a la ciudad de Valladolid, en España. Donde según sus estudios de la profecía se encontraba el elegido. Benigno Juvernón era su nombre. Nacido en esa misma ciudad un veintinueve de agosto de mil novecientos setenta y cinco, según datación terráquea.

»Los ingenieros estuvieron allí nueve años y al volver contaron que el sujeto había pasado con fortuna las intervenciones y se encontraba en buen estado.

En las pantallas se seguían emitiendo las tremendas imágenes.

─Apagad eso ─ordenó Soocto Nai.

─De nuestra base en Urano ─continuó Solo Siluó─ llegaron noticias del avistamiento de una gran flota de naves caalum. Una goleta rápida se adelantó para reconocer la Tierra. Así que ustedes nos enviaron a nosotros, que nos adelantamos a ella un par de horas, uso terminología terráquea. 
»Al llegar a Valladolid nos costó encontrar a Benigno, pero lo hicimos antes que ellos, una hora antes. Benigno se encontraba saliendo de la oficina del paro cercana a la iglesia de San Pablo y para sorpresa nuestra nos presentamos y no nos reconoció.
»Somos de Ñaán Risú, la raza márñaba, dijimos. El miraba receloso, sonriendo, nos dijo varias veces que era una cámara oculta muy mala… Ni idea de a qué se refería. Le contamos lo de la profecía, lo de los cambios genéticos, lo de que él era el salvador del universo… Y no nos creyó. Solo podía ser debido a una cosa: Los ingenieros hicieron mal su trabajo.

Exclamaciones de sorpresa, indignación e incluso algún desmayo se sucedieron en la sala.

─No es posible.

─No.

─¿Los ingenieros hacer mal su trabajo?

Exclamaciones de ese tipo inundaron la sala.

─¡Sí! ─gritó Solo Siluó afirmando con la cabeza─  Para saber si era él el elegido mi segunda, Mila Arrica, le hipnotizó y pudimos averiguar que sí era él. Que los ingenieros hicieron su trabajo, la misma noche de su llegada, pero lo hicieron durmiéndole. Y no le explicaron ni lo que le habían hecho ni para qué. ¿Qué hicieron los años siguientes?

Silencio en la sala.

─¡Estar de juerga!

Nuevos desmayos y negaciones de los presentes.

─Solo una mala persona puede afirmar eso de los ingenieros ─sentenció alguien.

─La aparición de la goleta ─continuó Solo Siluó, que alzó la voz para que el resto callase─, y el que sacara dos rodones  a destrozar la ciudad pareció convencer a Benigno de que decíamos la verdad. «Bueno, ¿qué he de hacer?», nos preguntó. Y nosotros no supimos contestar. No somos ingenieros ─murmullos en la sala─. Mirioden, siempre tan optimista, le dijo que saldría de su interior y Benigno silbó a los rodones. Una vez estos se pararon les gritó: «Aquí estoy».

Solo Siluo movió una bola de luz situada a su derecha y las pantallas se encendieron. 

Se veían en ellas dos enormes naves, con forma como de rueda, tan altas como la iglesia y a pocos metros de ellas a Benigno, un chico fuerte (que no gordo) y bien vestido. Acto seguido de cada rodón salieron dos haces de luz que lanzaron al pobre Benigno contra la el edificio que había tras él atravesando la cristalera de la farmacia y haciendo que el bloque saltase por los aires.

─Y eso es todo. Salimos corriendo hacia la nave para venir a contar lo sucedido y como, por culpa de los ingenieros ─carraspeo─, el que nos iba a salvar está… ¡Muerto!

Silencio sepulcral en la sala. Sori Tanuel se dirigió al centro de la sala y abrazó a Solo Siluó.

─Observaremos ahora con los satélites que tenemos orbitando alrededor del planeta como se encuentra ahora. Comencemos por donde sucedió el relato que nos has contado, la que siglos atrás fue capital del mundo conocido, Valladolid.

Las pantallas pasaron a negro, después una imagen desenfocada del planeta, que se fue corrigiendo rápidamente. Una vez corregido, se fue ampliando la sección del planeta correspondiente a la ciudad y pudieron ver algo que les dejó apenados. Buena parte de la misma se encontraba destrozada, por las calles no había gente.

─Muestra la zona del último contacto ─susurró Sori Tanuel.

San Pablo se veía igual de desierta. Un grupillo de cinco personas apareció corriendo por la derecha de la pantalla.

─Síguelos.

Los cinco se detuvieron un par de veces en su camino por la calle Imperial. La sorpresa fue mayúscula al enfocar el Puente Mayor. Se encontraba partido por la mitad, y en ese roto estaba uno de los rodones, y cerca de él muchísima gente.

─Ampliad ─ordenó alterado Solo Siluó.

El otro rodón se encontraba abatido en la explanada de la Fuente de el sol, sobre el jugaban niños, y había mucha gente haciéndose fotos o cogiendo algún recuerdo.

─¡Sonido!

El sonido tardó en llegar y lo que escucharon les dejó atónitos.

─Gentes de Ñaán Risú, al habla Benigno Muñoyerro. Ha funcionado. Aquí os espero para saber más. Gentes de Ñaán Risú, al habla Benigno Muñoyerro. Ha funcionado. Aquí os espero para saber más. Gentes de…

Silencio en la sala. Sentado cerca del rodón estaba Benigno gritando al cielo.

─Pero, pero, pero ─Solo Siluó miraba alucinado a su alrededor─, ¿qué ha pasado?

─No sabemos ─contestó el más anciano─. Al escucharte decir en tu huida que habían acabado con el elegido los ingenieros cortaron todas las conexiones para que no pudieran rastrear la señal y encontrarnos.

La sala se llenó de alegría. La gente se abrazaba e incluso cantaban. El único que miraba estupefacto era Solo Siluó.

─Pero que suerte tienen estos ingenieros siempre –exclamó enfadado y salió de la sala tras dar un golpe a uno que tenía cerca, que ni se inmutó y continuó con su jolgorio.

─Por cierto, ¿sabéis si nuestros ancestros se pusieron en contacto con nuestro planeta después de la huida? ─acertó a escuchar Siluó mientras salía de la sala.




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