viernes, 20 de julio de 2012

El caso de César Blanco Castro




Del cartel de la película Poltergeist 3

-¡Caramba! -exclamó al verle llegar.

-¿Qué ocurre! -contestó el otro mientras encendía un cigarro intentando que el viento no apagase la cerilla. Le lanzó el paquete.


-No esperaba verte por aquí, ya sabes... La sanción -el primero imitó al segundo y se encendió un cigarrillo para acto seguido tirarlo al suelo- Si ya no fumo.

El segundo sonrió.

-A ver, ¿qué tenemos aquí? -preguntó dando una calada.

-Mujer blanca soltera. Treinta y seis años. Vecina del inmueble. Cayó desde allí.

Los dos miraron hacia arriba. Caían copos de nieve. El segundo se arrodilló, levantó la sábana y bufó. A pesar de la sangre y los destrozos propios de la caída se veían otros bastante sospechosos. Tenía arañazos en las piernas. El mango de un cuchillo jamonero la atravesaba la laringe.

-¡O la «cayeron»! Subamos.

El segundo lanzó el cigarro lejos.

A pesar de lo intempestivo de la hora bastante gente trataba de enterarse de lo que pasaba. Algunos miraban desde dentro del portal, otros se asomaban a las ventanas. El ascensor tardó en llegar al undécimo piso ya que varios vecinos le habían llamado para bajar.

-Por lo que hemos podido averiguar era un poco paranoica. Una de estas que no salen de su casa... Agorafóbica -el primero dijo esta última palabra recalcando las sílabas- Ella misma llamó a emergencias antes de...

El ascensor se abrió directamente en la vivienda.

-La última planta era toda suya. El ascensor solo llega aquí tras teclear un código en el teclado. No sé si te diste cuenta.

Claro que se dio cuenta, el código era...

El segundo frunció el ceño y miró todo como si pudiera ver el pasado y observar lo que sucedió en directo. Había un olor especial. A carne quemada.

En el centro del salón una chimenea redonda encendida. El segundo se acercó, una vara metálica que seguro usaría para avivar las brasas estaba sospechosamente colocada. La cogió y pudo observar restos de piel.

-Puede que aquí haya ADN del culpable.

El primero chasqueó los dedos y un policía se acercó para recoger la prueba, tuvo que esperar porque aún estaba caliente.

Frente a la chimenea había un sofá semicircular blanco. Acostado en el, un gato persa del mismo color ronroneaba tranquilo. Al acercarse el segundo hombre al animal, bufó y trató de escabullirse pero el policía fue más rápido. Le cogió del cuello, le alzó y le observó de arriba abajo. Pequeños, casi invisibles restos de sangre en su panza, Apretó los pies para que saliesen las uñas.

-Puede que aquí haya restos de ADN del culpable.

Una agente se acercó con una caja para animales y el segundo hombre lo metió cuidadosamente.

Dos agentes, de entre treinta y cuarenta años, aparecieron.

-Buenas noches -dijo uno de ellos.

El resto de los presentes contestó asintiendo con la cabeza.

-Son los informáticos -dijo en voz baja el primero-. Tenía la casa llena de cámaras -señaló con la cabeza a todas partes- pero no sabemos dónde se guardan las grabaciones. Debe tener una habitación del pánico por algún lado.

El segundo se encogió de hombros, esas cosas a él no le importaban.

En la cocina vio algo que se imaginaba. Se notaba que alguien había intentado limpiar el suelo. Puede que allí sucediera el apuñalamiento. La puerta que de la cocina llevaba a la terraza estaba abierta. Salieron. Era un trozo pequeñito no llegaba a los dos metros, era una especie de rincón que llevaba hacia la parte más grande del balcón. El segundo miró hacia arriba a su derecha, una cámara enfocaba hacia el lugar en el que unos tiestos caídos indicaban que desde allí la mujer pasó a mejor vida.

-Creo que ya sé lo que pasó.

Los dos agentes se fueron. Aquella noche el segundo la pasó en vela, escribiendo el informe y lo que pudo haber sucedido. La mañana la pasó durmiendo y como por la tarde no encontró a ninguno de sus superiores esperó a presentar su informe al día siguiente, pero como era sábado pensó que mejor para el lunes.

El lunes llegó.

La sala, presidida por una enorme bandera estadounidense y una de Nueva York, era amplia. Alrededor de la mesa siete personas. El segundo hombre se sentó encabezando la mesa.

-A ver, Second -dijo el hombre de mayor graduación-. Cuéntanos qué pasó.

Casualmente el segundo agente se llamaba Second (Segundo en español). Second Adams Bahuob, natural de Green Bay (Wisconsin), hogar de los Green Bay Packers.

-En el informe, del que esperaba que os hubiesen dado una copia, explico lo que a mi juicio sucedió. Seré breve. May Annable, la finada, se encontraba en su salón calentándose junto a la chimenea cuando alguien irrumpió en su vivienda. Ese alguien agarró la vara y se quemó con ella. Probablemente se arrodillara por el dolor, momento en que May trató de huir, pero fue agarrada por el asaltante como demuestran los arañazos que tiene en las piernas. El gato de la finada, llamado Vito, arañó al asaltante. Las muestras para obtener el ADN fueron enviadas, en cuanto las tengamos y cotejemos seguro que nos mostrarán que son de la misma persona.

Una mujer entró y se dirigió al hombre de mayor graduación, le dijo algo al oído y se marchó.

-Me acaban de informar que los informáticos ya han encontrado la habitación del pánico y en breve conectaran con la comisaria para mostrarnos las grabaciones.

Todos, menos Second que se ofendió al ser interrumpido, asintieron sonrientes.

-¡Prosiga! -ordenó el hombre de mayor graduación.

-La mujer fue a la cocina y allí el agresor, o agresora, la empujó contra una encimera, lucharon y fueron hasta el balcón y allí May es empujada a su terrible final.

-¿Y el cuchillo? -preguntó alguien.

-A eso no le encuentro explicación.

-Dicen que se han hallado restos humanos o de algún animal en la chimenea.

Second se sorprendió, recordó el olor que sintió al llegar, pero al encontrar la vara pensó que provenía de allí.

-Esto no es nada más que un informe preliminar, aún faltan por llegar los informes de ADN y de restos. -Aclaró Second.

-Hardy, ¿cuánto se tardó en llegar desde la llamada de aviso? -preguntó el de mayor graduación.

Respondió el primer hombre de la escena del crimen.

-La primera patrulla llegó diecisiete minutos después del aviso y tardamos cerca de un cuarto de hora en entrar en la vivienda.

-Vamos a dar por buena esta versión, aunque la investigación aún esté en pañales. Muchas gracias oficiales Second y Hardy. Y ahora, si quieren acompañarme, veremos las grabaciones de aquella noche. 

Las siete personas entraron en una sala llena de pantallas de todos los tamaños. Dos agentes que andaban holgazaneando se sorprendieron al verles aparecer.

-¿Aún no han enviado las grabaciones?

-No, señor -se quedó pensativo-. ¿Qué grabaciones, señor?

El superior resopló por las narices airado.

-El crimen del viernes, iban a conectar la casa con la comisaría para ver lo que sucedió.

-Ah, esas grabaciones. No, aún no. Problemillas, que espero se resuelvan pronto.

-Bueno, estaremos en la sala de descanso tomando un café. En cuanto esté avísennos.

Los dos agentes asintieron nerviosos y uno de ellos se puso en contacto con los informáticos de la escena del crimen.

Un cuarto de hora después veían en la pantalla central a los agentes que se encontraban en la casa.

Los dos tenían una extraña mueca en la cara. Se sorprendieron al ver tanta gente.

-Señores, creemos que está todo resuelto. Y creemos que no es necesario que vean las imágenes.

-Ya somos mayorcitos -exclamó Second-, tenemos el estómago hecho a cualquier cosa.

El de mayor graduación asintió.

-Pónganlo, no teman.

-Señor, sería mejor que leyesen el informe que hagamos.

-Qué no, pongan las malditas imágenes.

Todos en la sala estaban impactantes. ¿Qué habría para que los informáticos no quisiesen enseñárselo. Debía ser algo muy fuerte? Pero nada que no hubieran visto ya en alguna película o serie de televisión. Second pensaba, además, que trataban de echar a la basura su informe y desprestigiarlo.

La pantalla central se dividió en cuatro, en cada una de ellas se veía el salón desde un ángulo distinto. Marcaba en todas la misma hora, 22:47. Junto a la chimenea se encontraba May con un gran cuchillo jamonero con el que seccionaba la pieza con una maestría sin igual. Tenía una sonrisa en la cara que indicaba el placer del sabor del jamón y de la ilegalidad que estaba cometiendo ya que ese alimento está prohibido en territorio useño. Vito, el gato, comenzó a enredar para que su ama le diese de comer, ella le apartaba con las piernas. En uno de los envites, el gato saltó para atrás haciendo caer una botella de vino tinto Ribera de Duero. May se levantó de un salto empujando el jamón a las llamas. En menos de medio minuto sucedió lo siguiente: Al levantarse May se cortó con los cristales de la botella, se giró para tratar de coger el jamón pero no pudo. El gato no dejaba de arañarla y ella le empujaba pero él parecía no entender que ya no había jamón que darle. May cogió la vara, pero en la confusión del momento lo hizo por el lado que estaba en el fuego. El grito que pegó asustó a todos los presentese en la sala. El gato pareció cansarse de que su ama no le diese de comer y se recostó en el sofá. May le dedicó unos cuantos improperios. Cogió el teléfono y llamó a emergencias, acto seguido se dirigió a la cocina. Se puso el cuchillo en el cinto, al modo de los bandoleros.

Esta vez la pantalla se dividió en dos, a la derecha una cenital y a la izquierda una vista desde la puerta del balcón. Al entrar, May abrió un armario a su derecha y sacó una escoba y un recogedor. Se sentó en un taburete y se sacó los cristales de los pies mientras le hablaba al gato. Los cristales los iba echando en el recogedor, medio minuto después parecía no tener nada ya. Se bajó del taburete y se dirigió al fregadero, a mitad de camino pisó una mierda del gato y como se había bajado de un salto se resbaló, perdió el equilibrio y dio con la frente en el borde de la encimera. Se levantó atontada exclamando: Maldito gato. Cogíó papel de cocina y limpió los excrementos del animal. Al acercarlos a la cara le dan nauseas y sale corriendo al balcón. La velocidad que lleva hace que no pare a tiempo y cae por el balcón.

-Y eso es todo -sentenció el informático.

-Pero, y el cuchillo ¿cómo se clavó el cuchillo? -preguntó el hombre de mayor graduación.

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