Me encontraba en el comedor. Ya estábamos en agosto, y como decía mi abuela: agosto, frío en el rostro. Aún así, aunque no hacía el calor de junio o julio, tenía la persiana a medio bajar y el ventilador a tope de potencia. Aquella mañana había sido horrorosa en el trabajo, ahí sí que hacía calor, y yo, tumbado en el sofá, estaba en ese extraño momento en el que estás a punto de dormirte y escuchas todo llamado duermevela.