No medía más de medio metro y no podré quitármele jamás de la cabeza. Todo sucedió la noche de San Juan de hace dos años. No sé por qué me dio por ir a buscar un trébol para que me trajese suerte. Salí de trabajar a eso de las tres y me dirigí a Asturias sin siquiera pasar por casa. A las seis y media más o menos sonó el móvil, paré el coche en la cuneta y lo cogí, era mi madre que me decía que dónde me había metido. La conté que estaba en Asturias. Ella me dijo que si estaba loco, que como me había ido, y más así sin comer. Y justo en ese momento me vino el hambre, mucha, demasiada quizá. Acabé de hablar con ella y arranqué el coche con intención de parar en la primera gasolinera o en el primer pueblo que encontrara para comer. A los diez minutos encontré las dos cosas, una gasolinera a la entrada de un pueblo.