Foto realizada por Cësar Blanco Castro |
La historia que vais a leer no es mía. Es una historia antigua que me llegó por correo. Lo único que he hecho ha sido corregir los fallos ortográficos y cambiar un par de cosillas. No sé de quién será, quede claro. Y ahora, leedlo.
Pongamos que un chico llamado Javier se siente atraído por una chica
llamada Carolina. El le propone ir juntos al cine, ella acepta, se lo pasan bien.
Unas pocas noches después él le invita a ir a cenar y nuevamente se sienten a
gusto.
Siguen viéndose regularmente y un tiempo después ninguno de ellos ve a ningún otro. Entonces, una noche cuando van hacia casa un pensamiento se le ocurre a Carolina y, sin pensarlo realmente, ella dice:
-¿Te das cuenta que, justamente hoy, hace seis meses que nos vemos?
En ese momento se hace el silencio en el coche. A Carolina le parece un silencio estruendoso.
Ella piensa: Vaya, me pregunto
si le habrá molestado que haya dicho eso. Quizá se siente restringido por
nuestra relación, quizá crea que yo estoy tratando de forzarle a alguna clase
de obligación que él no desea, o sobre la que no está muy seguro.
Y Javier está pensando: Vaya, seis meses.
Carolina piensa: Pero yo tampoco estoy segura de querer esta clase de relación. A veces me gustaría tener un poco más de libertad, para tener tiempo de pensar sobre lo que realmente quiero que nos mantenga en la dirección a la que nos estamos dirigiendo lentamente… Quiero decir ¿hacia dónde vamos?, ¿vamos a seguir simplemente viéndonos en este nivel de intimidad? ¿Nos dirigimos hacia el matrimonio?, ¿hijos?, ¿una vida juntos? ¿Estoy preparada para esta clase de compromiso? ¿Conozco realmente a esta persona?
Y Javier piensa: Así que eso
significa que fue… veamos… febrero cuando comenzamos a salir, que fue justo
cuando dejé el coche en el taller, o sea que… Veamos el cuentakilómetros… ¡Coño!,
tengo que cambiar el aceite al coche.
Y Carolina piensa: Está disgustado. Puedo verlo en su cara. Quizá está interpretando esto completamente mal. Quizás quiere más de nuestra relación, más intimidad, más compromiso; quizá él ha notado antes que yo que yo estaba sintiendo algunas reservas. Sí, apuesto a que es eso. Por eso es tan renuente a decir nada sobre sus propios sentimientos. Tiene miedo a ser rechazado.
Y Javier piensa: Y voy a tener que
decirles que me miren la trasmisión otra vez. No me importa lo que esos imbéciles
digan, todavía no cambia bien. Y esta vez será mejor que no intenten echarle la
culpa al frío. ¿Qué frío? Hay 30 grados fuera y esta cosa cambia como un camión de
basura, y yo les pagué a esos ladrones incompetentes 60.000 pelas.
Carolina piensa: Está enfadado y no
puedo culparle. Yo estaría enfadada también. ¡DIOS!, me siento tan culpable.
Haciéndole pasar por esto, pero no puedo evitar sentirme como me siento. Simple
y llanamente, no estoy segura.
Y Javier piensa: Probablemente me dirán que solo tiene seis meses
de garantía. Eso es justo lo que van a decirme los muy capullos.
Y Carolina continúa pensando: Quizá soy demasiado idealista, esperando que venga un caballero en su caballo blanco, cuando estoy sentada al lado de una persona perfectamente buena. Una persona que realmente me importa, una persona a la que parezco importarle realmente. Una persona que sufre por mis egocéntricas fantasías románticas de colegiala.
Y Javier piensa: ¿Garantía, quieren una garantía? Les daré una garantía se la daré y se la meteré por el…
-Javi -dice Carolina en alto.
El se sobresalta al salir de su ensimismamiento y pregunta: ¿Qué?
-Por favor no te
tortures así -dice
ella con un inicio de lágrimas en sus ojos-. Quizá nunca debí
haber dicho… Oh Dios, me siento tan… -Se interrumpe sollozando.
-¿Qué? -dice Javier estupefacto aún.
-Soy una tonta -solloza Carolina-. Quiero decir ya sé que no hay tal caballero. Realmente lo sé, es tan estúpido. No hay caballero ni caballo
-¿No hay caballo? -repite Javier pensativo.
-¿Piensas que soy tonta, verdad? -pregunta Carolina.
-¡¡No!! -dice Javier contento de conocer al fin la respuesta adecuada.
-Es solo que… necesito algo más de tiempo… - dice Carolina.
Hay una pausa de quince segundos mientras Javier, pensando todo lo rápidamente que puede, trata de dar una respuesta segura. Finalmente se le ocurre una que cree que puede funcionar:
-¿¡Sí!?
Carolina fuertemente emocionada coge su mano.
-¡Oh, cariño! ¿Realmente piensas eso? -dice ella.
-¿El qué? -pregunta Javier.
-Eso sobre el tiempo -susurra Carolina.
-¡¿Oh!?! -contesta Javier- sí… claro.
Carolina se vuelve para mirarle y posa fijamente sus ojos en su mirada, haciendo que él se ponga muy nervioso sobre lo que ella pueda decir luego, sobre todo si tiene que ver con un caballo. Al final ella dice: Gracias, Javichurrín.
-No es nada mujer -responde sonriente el muchacho.
Entonces él la lleva a casa y ella se tumba en su cama, un alma torturada y en conflicto y llora hasta el amanecer, mientras que Javier llega a su casa abre una bolsa de patatas y se queda absorto viendo en la tele un partido de tenis entre dos jugadores de los que nunca ha oído hablar. Una débil voz, en lo más recóndito de su mente, le dice que algo importante sucedió en el coche, pero está bien seguro de que no hay forma de que él pueda entenderlo, así que opina que es mejor no pensar sobre ello.
Al día siguiente Carolina llamará a su mejor amiga, o quizá a dos de
ellas, y hablarán sobre la situación largo y tendido. Con doloroso detalle
analizarán todo lo sucedido, pasando sobre cada punto una y otra vez, examinando
cada palabra, cada gesto por nimio el significado de este. Considerando cada posible
ramificación. Continuarán discutiendo sobre el tema una y otra vez, durante
semanas, quizá meses, nunca llegando a conclusiones definitivas, pero nunca
aburriéndose de el tampoco.
Mientras que Javier, un día, viendo un partido de futbol en casa de un amigo común suyo y de Carolina, durante los anuncios fruncirá el ceño y dirá:
-¡Oye! ¿tú sabes si Carolina ha tenido alguna vez un caballo?