Andrés
había cambiado un poco el estribillo de la canción para hacerla sonreír. Ella
se llamaba Silvia, no July, pero él la llamaba chulita, chuli. Así que a veces
cogía la guitarra, daba un par de golpes en la caja y, mientras ella jugaba con
la melena de él, comenzaba a cantar:
─Eres
tú mi razón, mi verdad y por eso te quiero cantar. Mi canción es sencilla y
sincera, nada más. Oh, oh, CHULI te quiero cantar…
Y
ella se reía y ponía gestos de chulita y, cómo no, de guapísima que te cagas. A
él le hacía gracia esa expresión. A Carla, su mujer, no tanto ya que Silvia
tenía cuatro años. Ambos la reprendían no muy severamente, aunque él menos
porque le encantaba escucharla decirlo y le encantaba como acto seguido de
haberlo dicho se daba cuenta de que lo había hecho pero como era así, muy
chulita, lo negaba una y otra vez, primero muy seriamente y después con
sonrisas picaronas.
Aquel
día Andrés se levantó desganado, llevaba bastante tiempo así, fue al estudio y
comenzó a tocar la guitarra. Sonaron acordes de varias de sus canciones y, de
repente, se escuchó tocando la de July. Paró. La puerta estaba entreabierta y
podría despertarla.
Se
acercó a la puerta, miró al oscuro pasillo y sintió un escalofrío.
─Oye
papá…
El
susto que se llevó al escucharla fue morrocotudo.
─¿Por
qué has parado?
No
sabía qué contestar. Abrió la puerta completamente e indicó con la cabeza que
entrase, ella lo hizo y se quedó de píe junto a la silla de su padre,
sonriendo.
─¡Sigue!
Él
se sentó en su silla, pasó la púa entre los dedos sabiendo que su hija
sonreiría y al llegar al dedo meñique hizo como que había desaparecido, acercó
la mano a la oreja de ella y chas… ¡Apareció!
¡Como
sonrió su alma al escucharla reír!
─Toca
la de El caballero verde papá.
Andrés
carraspeó.
─Pero no te la canto, ¿eh?
─Sí, no me la cantas.
El
caballero verde era una de las muchas canciones que escribió para su hija y
que de vez en cuando en algún concierto tocaba para deleite del público y de la
banda.
La
niña sonreía escuchando a su padre cantar la aventura de el caballero verde,
que era una rana que no sabía croar pero que al tocarla la nariz se ponía a
cantar.
Entró Carla en el estudio.
Andrés
señaló con la cabeza a Silvia. Carla sonrió vagamente. Era una sonrisa sincera, pero parecía que hacía bastante que no la mostraba.
─Te
llama Herminio. Por lo de las pruebas de esta tarde.
─Ah
sí. Ahora voy ─dejó la guitarra y miró a su hija─. Ahora vengo.
Dio
un beso a su mujer según salía, ella sonrió y le dio un azote en el culo.
─Pero
antes hay que desayunar ─dijo en voz alta mientras caminaba por el pasillo.
Diez
minutos después Andrés había terminado de hablar y estaba sentado a la mesa.
─Silvia,
a desayunar ─gritó.
Cruzó
miradas con su mujer. Ella sirvió el café y dejó la bolsa de magdalenas en la
mesa. Silvia se puso entre los dos. Sus ojos llegaban a la altura del borde de
la mesa así que estiró los brazos para coger un vaso con zumo de naranja y se
lo fue acercando lentamente. Carla se asustó. Andrés salió del ensimismamiento
en que se encontraba y cogió el vaso. Silvia se enfadó y salió de la cocina su
padre la siguió con la mirada.
─¡Déjala
ir, Andrés! ─dijo Carla en voz baja y salió también.
La
niña pegó un portazo al entrar en su habitación. Carla se sentó fuera mientras
la pequeña demostraba la vitalidad de sus cuatro años abriendo y cerrando el
armario y tirando cosas.
Andrés
miró a su lagrimeante esposa y entró muy enfadado en la habitación.
─Silvia,
estás haciendo llorar a mamá.
La
niña se detuvo. Se acercó a su madre y la acarició el pelo.
─Canta
la de «No estés triste» ─pidió con su dulce voz.
Andrés
se apoyó en la pared y se dejó caer. Allí estaba frente a su mujer y su hija,
era una situación muy desagradable.
─¿Qué
has de hacer si te duele la tripita? «Son-sonríe»
un poco para mí. Me alegra tu mirada. «Son-sonríe» un poco para ti. No estés
triste. Sube en ese poni blanco y gris, cabalga hacia el oeste. «Son-sonríe» a tu
mamá y a mí. No estés triste.
Carla
se levantó, Andrés se calló y Silvia comenzó a abrir y cerrar violentamente la
puerta de su cuarto.
─¡Cántala,
cántala, cántala! ─gritaba rabiosa la niña.
Su
madre se encerró en el dormitorio.
─Chuli,
¿Por qué haces esto? ─preguntó Andrés alargando el brazo para que su hija se
acercase. Silvia lo hizo.
─Porque
mamá no me escucha. No me hace caso.
─Carla.
Carla. Sal ─gritó desganado Andrés─, o al menos abre la puerta.
Carla
abrió la puerta y se tumbó en la cama. Andrés no se movió, desde donde estaban
se veían bien. Silvia entró en la habitación y se quedó junto a la cabeza de su
madre, que miraba al suelo, la acarició y la besó el pelo.
─No
es envidia ─dijo Carla─. Créeme que no lo es.
─Ni
yo lo pensaba ─respondió Andrés.
─¿No
me quieres? ─preguntó Silvia.
─Sí,
sí te quiere ─contestó este.
─Con
toda mi alma y mi corazón ─exclamó Carla. Se dio la vuelta, se tapó la cara con
la almohada y rompió a llorar.
─Pues,
¿por qué no me haces caso? ─preguntó la pequeña.
─No
─Andrés
hizo amago de levantarse─… No todos pueden verte cariño.
Carla
se quitó la almohada de la cara.
─¿Me
ha olvidado?
─No
cielo, no te ha olvidado.
─No
podría ─contestó Carla que casi se atraganta porque estaba sollozando─. No
podría olvidar cuando naciste, ni cuando… te perdí.
Silvia
miraba a su madre cada vez que esta hablaba. Carla se sentía rara contestando a
lo que ella creía que había dicho su hija después de escuchar la respuesta de
su marido.
─¿De
verdad no la ves? ─preguntó Andrés─ Está a tu lado, te mira. Te mira como solía
hacerlo cuando esperaba que la dieses el flan.
─No,
no puedo Andrés. No puedo Silvia. Te quiero con toda mi alma y no puedo verte.
─Pero,
¿me quieres de verdad?
Andrés
agachó la cabeza se recogió el pelo con las dos manos formando una coleta y
mientras afirmaba con la cabeza dijo un seco sí.
─Sí
te quiero. Una y mil veces te lo diré. Silvia, te quiero. Te quiero desde antes
que nacieses, desde la primera vez que te vi en mi tripa…
La
niña sonrió y poco a poco fue desapareciendo.
Aquella
noche el auditorio estaba a rebosar. Andrés había cantado alguno de sus éxitos
como Años aciagos y Viene de ayer con gran complicidad del público. La última
canción, la que estaba cantando, era la de «El caballero verde».
Aún
estaba el batería dando el último compás de la canción cuando Silvia cogió la
mano de su padre. Éste se sobresaltó y miró hacia abajo. Sonrió.
─¡Cántamela!
─pidió la niña.
─Eres
tú, mi razón mi verdad…
Los
ojos se le llenaban de lágrimas. Sus compañeros no se esperaban una canción más
pero sabían lo especial que era esa canción para él, para todos en definitiva,
y se dispusieron de buena gana a terminar el concierto con ella.
Carla
esperaba detrás del escenario, tenía una sonrisa pacífica en el rostro porque
segundos antes había escuchado a su hija decir:
─Yo
también te quiero mamá.
Al
comenzar la canción su rostro tornó serio, su hija no quería irse.