viernes, 18 de enero de 2013

Silvia, «chuli» de César Blanco Castro





Andrés había cambiado un poco el estribillo de la canción para hacerla sonreír. Ella se llamaba Silvia, no July, pero él la llamaba chulita, chuli. Así que a veces cogía la guitarra, daba un par de golpes en la caja y, mientras ella jugaba con la melena de él, comenzaba a cantar:


─Eres tú mi razón, mi verdad y por eso te quiero cantar. Mi canción es sencilla y sincera, nada más. Oh, oh, CHULI te quiero cantar…


Y ella se reía y ponía gestos de chulita y, cómo no, de guapísima que te cagas. A él le hacía gracia esa expresión. A Carla, su mujer, no tanto ya que Silvia tenía cuatro años. Ambos la reprendían no muy severamente, aunque él menos porque le encantaba escucharla decirlo y le encantaba como acto seguido de haberlo dicho se daba cuenta de que lo había hecho pero como era así, muy chulita, lo negaba una y otra vez, primero muy seriamente y después con sonrisas picaronas.


Aquel día Andrés se levantó desganado, llevaba bastante tiempo así, fue al estudio y comenzó a tocar la guitarra. Sonaron acordes de varias de sus canciones y, de repente, se escuchó tocando la de July. Paró. La puerta estaba entreabierta y podría despertarla.


Se acercó a la puerta, miró al oscuro pasillo y sintió un escalofrío.


─Oye papá…


El susto que se llevó al escucharla fue morrocotudo.


─¿Por qué has parado?


No sabía qué contestar. Abrió la puerta completamente e indicó con la cabeza que entrase, ella lo hizo y se quedó de píe junto a la silla de su padre, sonriendo.


─¡Sigue!


Él se sentó en su silla, pasó la púa entre los dedos sabiendo que su hija sonreiría y al llegar al dedo meñique hizo como que había desaparecido, acercó la mano a la oreja de ella y chas… ¡Apareció!


¡Como sonrió su alma al escucharla reír!


─Toca la de El caballero verde papá.


Andrés carraspeó.


─Pero no te la canto, ¿eh?

─Sí, no me la cantas.



El caballero verde era una de las muchas canciones que escribió para su hija y que de vez en cuando en algún concierto tocaba para deleite del público y de la banda.


La niña sonreía escuchando a su padre cantar la aventura de el caballero verde, que era una rana que no sabía croar pero que al tocarla la nariz se ponía a cantar.


Entró Carla en el estudio.


Andrés señaló con la cabeza a Silvia. Carla sonrió vagamente. Era una sonrisa sincera, pero parecía que hacía bastante que no la mostraba.


─Te llama Herminio. Por lo de las pruebas de esta tarde.


─Ah sí. Ahora voy ─dejó la guitarra y miró a su hija─. Ahora vengo.


Dio un beso a su mujer según salía, ella sonrió y le dio un azote en el culo. 


─Pero antes hay que desayunar ─dijo en voz alta mientras caminaba por el pasillo.


Diez minutos después Andrés había terminado de hablar y estaba sentado a la mesa.


─Silvia, a desayunar ─gritó.


Cruzó miradas con su mujer. Ella sirvió el café y dejó la bolsa de magdalenas en la mesa. Silvia se puso entre los dos. Sus ojos llegaban a la altura del borde de la mesa así que estiró los brazos para coger un vaso con zumo de naranja y se lo fue acercando lentamente. Carla se asustó. Andrés salió del ensimismamiento en que se encontraba y cogió el vaso. Silvia se enfadó y salió de la cocina su padre la siguió con la mirada.


─¡Déjala ir, Andrés! ─dijo Carla en voz baja y salió también.


La niña pegó un portazo al entrar en su habitación. Carla se sentó fuera mientras la pequeña demostraba la vitalidad de sus cuatro años abriendo y cerrando el armario y tirando cosas.


Andrés miró a su lagrimeante esposa y entró muy enfadado en la habitación.


─Silvia, estás haciendo llorar a mamá.


La niña se detuvo. Se acercó a su madre y la acarició el pelo.


─Canta la de «No estés triste» ─pidió con su dulce voz.


Andrés se apoyó en la pared y se dejó caer. Allí estaba frente a su mujer y su hija, era una situación muy desagradable.


─¿Qué has de hacer si te duele la tripita? «Son-sonríe» un poco para mí. Me alegra tu mirada. «Son-sonríe» un poco para ti. No estés triste. Sube en ese poni blanco y gris, cabalga hacia el oeste. «Son-sonríe» a tu mamá y a mí. No estés triste.


Carla se levantó, Andrés se calló y Silvia comenzó a abrir y cerrar violentamente la puerta de su cuarto.


─¡Cántala, cántala, cántala! ─gritaba rabiosa la niña.


Su madre se encerró en el dormitorio.


─Chuli, ¿Por qué haces esto? ─preguntó Andrés alargando el brazo para que su hija se acercase. Silvia lo hizo.


─Porque mamá no me escucha. No me hace caso.


─Carla. Carla. Sal ─gritó desganado Andrés─, o al menos abre la puerta.


Carla abrió la puerta y se tumbó en la cama. Andrés no se movió, desde donde estaban se veían bien. Silvia entró en la habitación y se quedó junto a la cabeza de su madre, que miraba al suelo, la acarició y la besó el pelo.


─No es envidia ─dijo Carla─. Créeme que no lo es.

─Ni yo lo pensaba ─respondió Andrés.

─¿No me quieres? ─preguntó Silvia.

─Sí, sí te quiere ─contestó este.

─Con toda mi alma y mi corazón ─exclamó Carla. Se dio la vuelta, se tapó la cara con la almohada y rompió a llorar.

─Pues, ¿por qué no me haces caso? ─preguntó la pequeña.

─No Andrés hizo amago de levantarse─… No todos pueden verte cariño.


Carla se quitó la almohada de la cara.


─¿Me ha olvidado?

─No cielo, no te ha olvidado.

─No podría ─contestó Carla que casi se atraganta porque estaba sollozando─. No podría olvidar cuando naciste, ni cuando… te perdí.


Silvia miraba a su madre cada vez que esta hablaba. Carla se sentía rara contestando a lo que ella creía que había dicho su hija después de escuchar la respuesta de su marido.


─¿De verdad no la ves? ─preguntó Andrés─ Está a tu lado, te mira. Te mira como solía hacerlo cuando esperaba que la dieses el flan.

─No, no puedo Andrés. No puedo Silvia. Te quiero con toda mi alma y no puedo verte.

─Pero, ¿me quieres de verdad?


Andrés agachó la cabeza se recogió el pelo con las dos manos formando una coleta y mientras afirmaba con la cabeza dijo un seco sí.


─Sí te quiero. Una y mil veces te lo diré. Silvia, te quiero. Te quiero desde antes que nacieses, desde la primera vez que te vi en mi tripa…


La niña sonrió y poco a poco fue desapareciendo.


Aquella noche el auditorio estaba a rebosar. Andrés había cantado alguno de sus éxitos como Años aciagos y Viene de ayer con gran complicidad del público. La última canción, la que estaba cantando, era la de «El caballero verde». 


Aún estaba el batería dando el último compás de la canción cuando Silvia cogió la mano de su padre. Éste se sobresaltó y miró hacia abajo. Sonrió.


─¡Cántamela! ─pidió la niña.

─Eres tú, mi razón mi verdad…


Los ojos se le llenaban de lágrimas. Sus compañeros no se esperaban una canción más pero sabían lo especial que era esa canción para él, para todos en definitiva, y se dispusieron de buena gana a terminar el concierto con ella.


Carla esperaba detrás del escenario, tenía una sonrisa pacífica en el rostro porque segundos antes había escuchado a su hija decir:


─Yo también te quiero mamá.


Al comenzar la canción su rostro tornó serio, su hija no quería irse.



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