Alcanzaron la nave con dificultad. El carrerón que
habían dado desde la iglesia de San Pablo hasta la playa les había dejado sin aliento. Estaban
colorados, parecía que el corazón iba a salírseles del pecho, sus blancas, lustrosas
y perfectas melenas se encontraban ahora despeinadas y a una de ellos le había
salido un tic en la pierna izquierda.
La nave se elevó tras cerrarse la puerta. Tardó en
coger la altura adecuada para salir de la atmósfera. Mientras se elevaba podían
ver en una gran pantalla como un edificio sí y otro también de la ciudad de
Valladolid saltaba por los aires o era presa del fuego.
Solo
Siluó golpeó las paredes. Su segunda, Mila Arrica, salió de esa sala y fue a
la de mandos para informar de lo sucedido. Darku y Mirioden, la del tic, permanecieron en el suelo, callados, mirando
alternativamente la pantalla y a su superior.
─¡Esto es increíble!¡Increíble! ─gritó Solo Siluó y se dirigió a la sala de
mandos.
Cerca de setenta satélites tiene Júpiter. Tres días
después de la huida del planeta Tierra se encontraban en uno de ellos, el que
los humanos llamaban Ananqué. Allí deberían pasar otros siete. Durante ese
tiempo contarían uno a uno lo que había pasado y estarían en una especie de
cuarentena, absurda para todos pero que debido a tontas directrices
burocráticas nadie quería o se atrevía a eliminar. Y menos en estas
circunstancias.
De allí pasarían a Io. En este satélite, el más
cercano a Júpiter, cambiarían la nave a otra más potente y fuerte que les
llevaría a la base en el planeta. Laangar,
la base de Io, no estaba habitada.
La superficie de Júpiter es inhóspita y desagradable
a la vista, pero su interior no. Durante más de tres mil años la raza márñaba había conseguido hacerla
habitable. Era un paraíso. Lo más parecido a su planeta de origen y a la
Tierra. Lagos unidos por largos canales, hermosos puentes de oro y marfil,
viviendas de no más de tres alturas, árboles, prados, flores, era lo que se
veía una vez pasado el Arco de Naim.
Seriedad se encontraron los tripulantes de la nave
al aterrizar.
─No hay tiempo para saludos ─dijo Soocto Nai cogiendo del brazo a Solo Siluó─. Te esperan en el Legado.
Solo
Siluó se detuvo y ordenó a su
gente que marcharan a descansar a sus hogares.
El Legado era el edificio más antiguo de la base, y
el más alto, diez alturas. Cuatro entradas, una a cada lado del mismo, eran
protegidas por ocho enormes estatuas, de cinco alturas, que representaban a las
virtudes de la raza. Los treinta y siete escalones que conducían a la puerta de
entrada fueron subidos tan rápidamente que parecía que hubiesen volado para
hacerlo. Dos soldados se acercaron para cachear, pero Soocto Nai les disuadió con un gesto de la mano.
─No hay tiempo para sandeces.
La Sala del Hacer era la más grande de El Legado. En
ella los diecisiete más ancianos, los diecinueve más sabios y treinta y dos
representantes voluntarios solían discutir de banalidades. Hoy observaban
confundidos, tristes y aterrados las imágenes captadas por la nave y sus
tripulantes.
─Oh, querido Solo Siluó ─dijo el más anciano sin
dejar de mirar las pantallas─. Tristes noticias. Terribles noticias, nos has
traído.
─Todo este tiempo. Todos estos años, siglos,
milenios… Se han ido al traste ─sentenció otro.
Soocto
Nai se adelantó al centro de
la sala y exclamó:
─Cierto es que lo que teníamos planeado salió mal.
Pero no es culpa de nuestro leal y bien amado Solo Siluó.
─No lo es ─gritó uno de ellos, juez de profesión─.
Pero nos deja indefensos.
─Nadie sabe dónde estamos ─chilló alguien.
─Sí, lo saben ─interrumpió el más anciano─. Y de la
misma manera que se hicieron con nuestro planeta… Que se están haciendo con la
tierra. Acabarán haciéndose con Ñaán Risú,
nuestro querido hogar actual.
Los gritos de sorpresa, las negaciones y los
murmullos se sucedieron durante un buen rato. Fue Solo Siluó quien, tras llegar al centro de la sala y agradecer a su
amigo su presencia, gritó:
─Quién…
Pocos le hicieron caso. Carraspeó y volvió a gritar:
─¿Quién de entre ustedes podría explicarme por qué
el salvador de la galaxia está entre la raza humana, y no entre la márñaba o la ajtón?
─La profecía, Solo ─dijo el más anciano─, la
profecía.
─La profecía, bien ─asintió Solo Siluó─. Los humanos son lo más parecido a nosotros que podamos
encontrar en miles de estrellas. Dos pies, dos brazos, dos ojos. El corazón en
el centro del pecho. Pero, ¿qué les hace ser honrados con el poder de salvar al
universo?
Martoc
Galú, genetista y juez (además
de el segundo más anciano) se levantó, sonrió y guiñó un ojo a la concurrencia.
─Durante más de siete tecs, siete mil años humanos, hemos recorrido el espacio
experimentando con todas las razas que hemos encontrado. Sabíamos que nuestros
ancestros hace casi mil tecs estuvieron
en ese planeta experimentando y que fue allí donde por primera vez alcanzaron
la victoria gracias a los ancestros de los actuales. Sí, seremos iguales, pero
hemos que reconocer que aunque iguales, nosotros somos más débiles.
Siluó aceptó la corta explicación y volvió a preguntar.
─¿Y por qué no aplicamos los cambios genéticos a más
de una persona?
─La profecía ─volvió a responder el más anciano.
─¿Y por qué… ─trató de volver a preguntar Siluó.
─Y por qué ─interrumpió Sori Tanuel, la lideresa de los más sabios─, no nos cuenta lo que
sucedió.
Solo
Siluó agacho la cabeza y tras
beber un vaso de agua comenzó a explicar.
─Como todos saben, hace más de diez años humanos se
avistó una nave de los caarlum. Era
una nave de reconocimiento, una de tantas de las que pasan cada cierto tiempo
para ver la evolución de la Tierra y tratar de encontrarnos. Sabrán también que
avistó tres naves nuestras: La Mañana, la Dívaran
y la Antus tercero. Acabamos con esa
nave rápidamente, pero no tanto como para evitar que informase de nuestra
presencia.
»Nuestros sabios y ancianos enviaron a los
ingenieros a la Tierra, a la ciudad de Valladolid, en España. Donde según sus
estudios de la profecía se encontraba el elegido. Benigno Juvernón era su
nombre. Nacido en esa misma ciudad un veintinueve de agosto de mil novecientos
setenta y cinco, según datación terráquea.
»Los ingenieros estuvieron allí nueve años y al
volver contaron que el sujeto había pasado con fortuna las intervenciones y se
encontraba en buen estado.
En las pantallas se seguían emitiendo las tremendas
imágenes.
─Apagad eso ─ordenó Soocto Nai.
─De nuestra base en Urano ─continuó Solo Siluó─ llegaron noticias del
avistamiento de una gran flota de naves caalum.
Una goleta rápida se adelantó para reconocer la Tierra. Así que ustedes nos enviaron a nosotros, que nos
adelantamos a ella un par de horas, uso terminología terráquea.
»Al llegar a Valladolid nos costó encontrar a
Benigno, pero lo hicimos antes que ellos, una hora antes. Benigno se encontraba
saliendo de la oficina del paro cercana a la iglesia de San Pablo y para
sorpresa nuestra nos presentamos y no nos reconoció.
»Somos de Ñaán
Risú, la raza márñaba, dijimos.
El miraba receloso, sonriendo, nos dijo varias veces que era una cámara oculta
muy mala… Ni idea de a qué se refería. Le contamos lo de la profecía, lo de los
cambios genéticos, lo de que él era el salvador del universo… Y no nos creyó.
Solo podía ser debido a una cosa: Los ingenieros hicieron mal su trabajo.
Exclamaciones de sorpresa, indignación e incluso
algún desmayo se sucedieron en la sala.
─No es posible.
─No.
─¿Los ingenieros hacer mal su trabajo?
Exclamaciones de ese tipo inundaron la sala.
─¡Sí! ─gritó Solo
Siluó afirmando con la cabeza─ Para
saber si era él el elegido mi segunda, Mila
Arrica, le hipnotizó y pudimos averiguar que sí era él. Que los ingenieros
hicieron su trabajo, la misma noche de su llegada, pero lo hicieron
durmiéndole. Y no le explicaron ni lo que le habían hecho ni para qué. ¿Qué hicieron los años siguientes?
Silencio en la sala.
─¡Estar de juerga!
Nuevos desmayos y negaciones de los presentes.
─Solo una mala persona puede afirmar eso de los
ingenieros ─sentenció alguien.
─La aparición de la goleta ─continuó Solo Siluó, que alzó la voz para que el
resto callase─, y el que sacara dos rodones a destrozar la ciudad pareció convencer a
Benigno de que decíamos la verdad. «Bueno, ¿qué he de hacer?», nos preguntó. Y
nosotros no supimos contestar. No somos ingenieros ─murmullos en la sala─. Mirioden, siempre tan optimista, le dijo
que saldría de su interior y Benigno silbó a los rodones. Una vez estos se pararon les gritó: «Aquí estoy».
Solo
Siluo movió una bola de luz
situada a su derecha y las pantallas se encendieron.
Se veían en ellas dos
enormes naves, con forma como de rueda, tan altas como la iglesia y a pocos metros de ellas a Benigno,
un chico fuerte (que no gordo) y bien vestido. Acto seguido de cada rodón salieron dos haces de luz que lanzaron
al pobre Benigno contra la el edificio que había tras él atravesando la cristalera de la farmacia y haciendo que el bloque saltase por los aires.
─Y eso es todo. Salimos corriendo hacia la nave para
venir a contar lo sucedido y como, por culpa de los ingenieros ─carraspeo─, el
que nos iba a salvar está… ¡Muerto!
Silencio sepulcral en la sala. Sori Tanuel se dirigió al centro de la sala y abrazó a Solo Siluó.
─Observaremos ahora con los satélites que tenemos orbitando
alrededor del planeta como se encuentra ahora. Comencemos por donde sucedió el relato que nos has contado, la que siglos
atrás fue capital del mundo conocido, Valladolid.
Las pantallas pasaron a negro, después una imagen
desenfocada del planeta, que se fue corrigiendo rápidamente. Una vez corregido,
se fue ampliando la sección del planeta correspondiente a la ciudad y pudieron
ver algo que les dejó apenados. Buena parte de la misma se encontraba
destrozada, por las calles no había gente.
─Muestra la zona del último contacto ─susurró Sori Tanuel.
San Pablo se veía igual de desierta. Un grupillo de
cinco personas apareció corriendo por la derecha de la pantalla.
─Síguelos.
Los cinco se detuvieron un par de veces en su camino
por la calle Imperial. La sorpresa fue mayúscula al enfocar el Puente Mayor. Se
encontraba partido por la mitad, y en ese roto estaba uno de los rodones, y cerca de él muchísima gente.
─Ampliad ─ordenó alterado Solo Siluó.
El otro rodón
se encontraba abatido en la explanada de la Fuente de el sol, sobre el jugaban
niños, y había mucha gente haciéndose fotos o cogiendo algún recuerdo.
─¡Sonido!
El sonido tardó en llegar y lo que escucharon les dejó
atónitos.
─Gentes de Ñaán
Risú, al habla Benigno Muñoyerro. Ha funcionado. Aquí os espero para saber
más. Gentes de Ñaán Risú, al habla
Benigno Muñoyerro. Ha funcionado. Aquí os espero para saber más. Gentes de…
Silencio en la sala. Sentado cerca del rodón estaba Benigno gritando al cielo.
─Pero, pero, pero ─Solo Siluó miraba alucinado a su alrededor─, ¿qué ha pasado?
─No sabemos ─contestó el más anciano─. Al escucharte
decir en tu huida que habían acabado con el elegido los ingenieros cortaron
todas las conexiones para que no pudieran rastrear la señal y encontrarnos.
La sala se llenó de alegría. La gente se abrazaba e
incluso cantaban. El único que miraba estupefacto era Solo Siluó.
─Pero que suerte tienen estos ingenieros siempre
–exclamó enfadado y salió de la sala tras dar un golpe a uno que tenía cerca,
que ni se inmutó y continuó con su jolgorio.
─Por cierto, ¿sabéis si nuestros ancestros se
pusieron en contacto con nuestro planeta después de la huida? ─acertó a
escuchar Siluó mientras salía de la
sala.