Este sábado salí con los amigos, hacía mucho que no lo hacía, era la fiesta de cumpleaños de uno de ellos. Pasado un buen rato, uno de los asistentes a la fiesta nos contó un par de historias de su pueblo. No diré el nombre del pueblo, pero sí que se encuentra en la provincia de Valladolid.
Las dos databan de la década de los 50. La primera trataba sobre una frase que, según él, se había puesto de moda en las fiestas del pueblo este año: «¡Qué está el páncaro!»
Al parecer en esa década, le tocó a uno de los mozos del pueblo hacer la mili en Melilla. Pasado un tiempo escribió a su novia la típica carta en la que la decía lo mucho que la quería, que hacía mucho calor, que no paraban de hacer ejercicio, que no se preocupase y terminaba la carta diciendo: «Lo único malo es que está el pancaro». La chica al leer eso se alteró, salió de la casa con la carta y a todo el que se encontraba le contaba lo que le había escrito el pobre de su novio: ¡Qué está el páncaro! , que los páncaros le harían la vida imposible, que qué serían esos páncaros.
Pasaron varios días y la pobre chica se preocupaba más y más. El novio volvió de permiso y ella fue a recibirle. Se abrazaron y ella le preguntó si le habían hecho sufrir mucho los páncaros. El se quedó intrigado: ¿Páncaros, qué es eso?, preguntó. Ella cogió la carta, y le señaló la última frase. El rió, no de mala manera, la besó y la dijo que sin querer había juntado dos palabras, lo que quería decir era: «Lo único malo es que está el pan caro».
La otra historia, también de aquella época, contaba como una pareja de novios se querían mucho, pero él no se atrevía a pedir la mano. Finalmente cogió el valor suficiente para hacerlo, se dirigió a casa de los padres de la novia y les pidió su mano. La madre de ella le dijo que estaba honrada de que les pidiese la mano de su hija, pero que esa chica les hacía mucho en casa; sabía lavar, planchar, cocinaba bien... y ellos ya estaban muy mayores. Que si no le importaba casarse con la otra, que no hacía nada en casa. El chaval agachó la cabeza y dijo: «Lo que digan los señores»... y se casó con la otra.
Y esto es todo. Espero que al menos os haya sacado una sonrisilla.
La otra historia, también de aquella época, contaba como una pareja de novios se querían mucho, pero él no se atrevía a pedir la mano. Finalmente cogió el valor suficiente para hacerlo, se dirigió a casa de los padres de la novia y les pidió su mano. La madre de ella le dijo que estaba honrada de que les pidiese la mano de su hija, pero que esa chica les hacía mucho en casa; sabía lavar, planchar, cocinaba bien... y ellos ya estaban muy mayores. Que si no le importaba casarse con la otra, que no hacía nada en casa. El chaval agachó la cabeza y dijo: «Lo que digan los señores»... y se casó con la otra.
Y esto es todo. Espero que al menos os haya sacado una sonrisilla.