Siempre he pensado que los españoles tenemos un grave complejo de inferioridad. Para muchos todo lo de fuera es mejor.
Hay gente que protesta porque de vez en cuando suena la campana de la iglesia de su pueblo, pero al volver de un viaje a algún lugar en el que sucede lo mismo cada hora hablan maravillas de eso. Se menosprecia nuestro idioma, en algunas regiones de nuestro país (Galicia, Cataluña, Valencia, Baleares, comunidad autónoma vasca) se le persigue siendo como es el segundo idioma del mundo, se les llena la boca repitiendo el mito de que en otros países se habla el inglés tan bien como si hubiesen nacido en Londres.
A lo que iba, trasteando en cierta página de venta de libros de segunda mano encontré uno cuyo título llamó mi atención: El complejo de inferioridad del español de Juan José López Ibor. Lo compré, lo leí y puedo afirmar que es un título realmente engañoso. Habla de cualquier cosa menos del complejo, las causas, ejemplos, qué sé yo... Algo de Historia. Aunque he encontrado un texto que me ha llamado mucho la atención. Hay mucha paja, pero espero que os guste:
La gana es un ingrediente destacado del estrato vital. Como es sabido, es una expresión netamente española, si bien hay que confesar que no ha encontrado demasiado eco en las interpretaciones que se han dado, hasta ahora, del alma española. Unamuno representa en esto, como en tantas otras cosas, una excepción. En La agonía del cristianismo establece netamente la diferencia entre la voluntad, palabra sin raíces vivas en la lengua corriente y popular, según dice, y la gana, que «es el deseo que sale de los órganos de la virilidad». Atribuye al término gana un origen germánico, y lo define como «deseo, humor, apetito. Hay ganas, en plural, de comer, de beber y de librarse de las sobras de la comida y la bebida. Hay ganas de trabajar y, sobre todo, ganas de no hacer nada».
Hay gente que protesta porque de vez en cuando suena la campana de la iglesia de su pueblo, pero al volver de un viaje a algún lugar en el que sucede lo mismo cada hora hablan maravillas de eso. Se menosprecia nuestro idioma, en algunas regiones de nuestro país (Galicia, Cataluña, Valencia, Baleares, comunidad autónoma vasca) se le persigue siendo como es el segundo idioma del mundo, se les llena la boca repitiendo el mito de que en otros países se habla el inglés tan bien como si hubiesen nacido en Londres.
A lo que iba, trasteando en cierta página de venta de libros de segunda mano encontré uno cuyo título llamó mi atención: El complejo de inferioridad del español de Juan José López Ibor. Lo compré, lo leí y puedo afirmar que es un título realmente engañoso. Habla de cualquier cosa menos del complejo, las causas, ejemplos, qué sé yo... Algo de Historia. Aunque he encontrado un texto que me ha llamado mucho la atención. Hay mucha paja, pero espero que os guste:
LA GANA
La gana es un ingrediente destacado del estrato vital. Como es sabido, es una expresión netamente española, si bien hay que confesar que no ha encontrado demasiado eco en las interpretaciones que se han dado, hasta ahora, del alma española. Unamuno representa en esto, como en tantas otras cosas, una excepción. En La agonía del cristianismo establece netamente la diferencia entre la voluntad, palabra sin raíces vivas en la lengua corriente y popular, según dice, y la gana, que «es el deseo que sale de los órganos de la virilidad». Atribuye al término gana un origen germánico, y lo define como «deseo, humor, apetito. Hay ganas, en plural, de comer, de beber y de librarse de las sobras de la comida y la bebida. Hay ganas de trabajar y, sobre todo, ganas de no hacer nada».
Keyserling, en sus Meditaciones suramericanas ha dedicado
la séptima de ella a la gana. La gana española no es igual que la gana
suramericana. La primera está constituida por la «asociación elemental de una
imagen de origen espiritual y un ciego impulso orgánico». La gana suramericana
es un impulso totalmente ciego, «para el cual toda voluntad de previsión ha de
ser necesariamente motivo de escándalo, pues equivale a una negación de la
propia esencia». «Se halla localizada fuera de los dominios de la conciencia.
Pero en su calidad de impulso ciego, ejerce una coerción a la que el hombre de
aquellas latitudes no puede resistirse».
Tanto en uno como en otro
autor, la gana representa, pues, como una especie de voluntad primordial. En el
plano superior, es decir, en el plano espiritual y de las actividades del yo,
existe el acto de voluntad establecido como una decisión pura. El acto
voluntario emerge siempre dirigido a un fin determinado, entre loa varios que
pueden proponérsele al hombre. La voluntad superior es la teleobulia (voluntad positiva firmemente encaminada al fin de la
curación) de la que habla Kretschmer.
Por debajo de ella, existe
la esfera de los apetitos, de los deseos y de la gana. Pero no basta, para
calificar a esta, con decir que es una forma de voluntad primordial o abisal,
como dice Keyserling. Todo el mundo de los instintos pertenece a esta capa
abisal de la personalidad y, sin embargo, no deben éstos confundirse con la
gana, a pesar de las extensas zonas de interferencia que existen. El instinto
es siempre algo claramente delimitado y recortado. El acto instintivo está
montado sobre dos arbotantes fijos, lo mismo que el acto voluntario. La diferencia
estriba en que en la voluntad hay una clarividencia de la situación y una
elección del fin, y, en cambio, el instinto se dirige a su satisfacción, sino
ciego.
La gana es una sensación
más vaga e indefinida que el instinto, como procedente del campo de la
vitalidad. Cuando un sujeto dice que tiene hambre, la siente en su estómago
como algo concreto, como un grito formulado que debe acallar. En sus formas más
agudas llega a ser un grito doloroso. Por el contrario, cuando alguien dice que
tiene «ganas de comer», expresa un deseo difuso de todos sus plasmas. La gana
es un sentimiento plasmático, una fluxión de la vitalidad, y por eso tiene ese
carácter difuso y atmosférico. Cuando se habla de «ganas de comer» o de «ganas
de beber» todavía se expresa un estado limítrofe de los instintos: ocurre aquí
como en el resto de la vitalidad, en la que instintos y sentimientos vitales
yacen en estratos próximos. Pero existen otras formas más difusas de expresar
la misma vivencia, como cuando se dice, por ejemplo, «ganas de trabajar o de moverse».
Lo que se expresa, entonces, es «una apetencia general de la vitalidad», es
decir, la traducción al lenguaje del sentimiento de la «actividad vital».
Este carácter plasmático y
alejado del centro del yo que tiene la gana, queda reflejado en la expresión de
«venir las ganas», con lo cual se destaca esta procedencia de un polo distinto,
abisal y más profundo, del cual emerge la onda del deseo, a la que accede o no
la voluntad. La voluntad en sí no puede provocar este deseo primordial
establecido en la gana, sino simplemente consentir u oponerse a él. La voluntad
opera frente a la gana como frente a los instintos: la palabra con sentimiento
alude a ese aunamiento entre «gana» y «decisión voluntaria».
Es curioso señalar la
frecuencia con que la gana toma un matiz negativo. En el lenguaje corriente se
utiliza para dar una negativa rotunda, que no deje duda alguna sobre la actitud
tomada. La razón es clara: cuando es el simple acto de voluntad el que niega,
podrán aparecer otras razones o motivos que le induzcan a cambiar su decisión.
El acto voluntario es siempre un acto libre. La negativa vital que expresa la
gana es, en cambio, una negativa ciega y atada por una lógica más estrecha e
irracional que la lógica de las determinaciones voluntarias. El «no me da la
gana» equivale a «no me sale hacer tal cosa» y expresa esta forma irreductible
de negativa plasmática, telúrica y casi vegetal.
Unamuno pone en relación
la gana con la virilidad, prendido seguramente en esta imagen compacta de la
negativa de la gana. Le parece una negativa más viril la de «no me da la gana»
que la de simplemente «no quiero»; pero, naturalmente, la gana no tiene nada
que ver, en sí, con la virilidad. Keyserling, por el contrario, considera la
gana como un ingrediente más típico de la psicología femenina que de la
masculina. La mujer primordial es una criatura casi exclusivamente determinada
por la gana, dice. Keyserling se halla más próximo a la verdad que Unamuno en
ese punto. La gana es una emanación de la vitalidad y esta representa, en el
conjunto de la mujer, una zona más extensa de su personalidad que en el del
hombre. En el hombre operan más las determinaciones del espíritu y también las
del instinto; sobre todo de algunas formas de instinto. La mujer tiene en su
espectro más colores procedentes de la capa del ánimo, o sea de la vitalidad.
Por ello, en la mujer la acción toma casi siempre, no el carácter de la
decisión, sino el de condescendencia. Aun en la acción más puramente femenina
existe un rastro de pasividad, que consiste en este dejarse llevar por la
fluencia interna de su gana. Arrastre que concede a la conducta femenina su
carácter, tantas veces reprochado, irracional y caprichoso.
Para los psiquiatras tiene
un gran valor la expresión «ganas de vivir». El depresivo no dice nunca que
quiere morirse, sino que «no tiene ganas de vivir». Su amenaza procede, no de la
voluntad, sino de su vitalidad trastornada. La voluntad, por el contrario, es
la que resiste y busca muchas veces en los valores objetivos, sobre todo en las
creencias religiosas, el madero en que salvarse en medio de la borrasca que le
invade en forma de tristeza vital.
La gana se halla en la
relación con los sentimientos de morosidad, vacío, aburrimiento, etc. Es, como
ellos, una manifestación más del humor, y el lenguaje corriente lo reconoce
hasta tal punto que toma como expresiones equivalentes las de «no tener humor
de» o «no tener ganas de».
«La gana –dice Unamuno- no
es una apetencia intelectual y puede acabar en desgana. Engendra, en vez de
voluntad, la noluntad, de «nole», no querer, y la noluntad, hija de la desgana
conduce a la nada.» He aquí cómo la gana se entronca con el término predilecto
de la antropología existencial. Y es que no es lo mismo la «falta de ganas de
vivir», que el deseo de morir. En la falta de ganas de vivir existe una
negación del valor de la vida misma, pero no una preferencia directa de la
muerte como bien positivo. La muerte tiene en estos casos sólo una función
liberadora, la de los tormentos de una vitalidad morbosa. Por lo tanto, se
desea en tanto en cuanto anula la vitalidad, es decir, la anonada o la convierte
en nada.
La gana es una
manifestación de la psicología española. Bastará para demostrarlo la existencia
de esta expresión en el lenguaje español y no en los otros. Es curioso notar
que Madariaga haya podido escribir unos capítulos, por lo demás sugestivos,
sobre la psicología española, sin hablar para nada de la gana, demostrando con
ello la limitación de sus puntos de vista. Pero sería un error creer que toda
la vida española está determinada por esa forma primordial de voluntad. También
interviene el espíritu. En cambio, en Suramérica, según Keyserling, la gana es
la única forma de vida, ya que en ella ha desaparecido la tradición espiritual.